sábado, 19 de septiembre de 2020

ángeles entre nosotros

 

Siempre la Historia, incluso bajo el puente infernal del Paraíso,
bajo la nube incrédula del recuerdo. El planeta registra anillos de interés
como un árbol amable. Arranca en nuestra mente el sistema operativo del cosmos; la inteligencia es el combustible
de la naturaleza, no el amor.
 
             Destiny® y su naturaleza amorosa, a consecuencia, tal vez, de su hermosura, pues hoy
             aparenta dieciséis años (en el verso). Suscita dudas
             en la escalinata de las tríadas, su interior declara diversas propiedades: mariposa, flor, abeja laborista.
 
Pero el mundo ya tiene su respuesta, su res beligerante, su náusea. Extraordinarios
sucesos que despiertan manos dormidas, plumas derribadas, lenguas muertas.
 
Surcos encarnados: uno de ellos, 16 de septiembre de 1976, un nombre, María Claudia. Es preciso detenerse
en cada uno de ellos, en uno de ellos, en éste.
 
             Destiny® planea un escarmiento,
             fuego por doquier, erupciones solares, teofanías derramándose, el apocalipsis sobre los rostros
             de una turba de hienas. Vida inhóspita, ¡se atreve a poner en jaque a la palabra!, a digerir la voz del cuervo.
             Ah, veréis poemas como corazas, amurallados como la gran muralla, acorazados como vehículos acorazados,
             arpados o cortantes como espadas imperiales; armas terribles, almas
             despóticas unidas a la implacable voluntad del demiurgo.
 
El dolor es una decisión impersonal. Nos duelen el amor
y la electricidad, nos duelen los alicates y las pinzas, nos duele el corazón antes de pararse,
y antes de dejar de respirar nos duele el aire. Como duele el espíritu que trama una venganza
atroz, como duele el periódico de ayer, las cruces que nos faltan, las películas mudas rodadas a través de una noche perpetua,
los discursos. Duelen los uniformes, y las medallas lastiman, oprimen los galones y atormentan los ojos
siniestros y rapaces, la oscuridad grapada al labio con tachuelas de odio.
 
Sentimos esta carencia que nos sobrepasa, soportamos esta carga
humana dondequiera que nos lleve el destino, también de vacaciones, también al trabajo, al colegio, a la compra,
eternamente a cuestas con este peso vivo, esta belleza que no deja de nacer, de crecer y recrearse, de gritar
su nombre: ¡María Claudia Falcone! para que no desaparezca nunca de la Historia.



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