jueves, 3 de septiembre de 2020

peregrina

 

Después de todo no es tan extraño que el campo haya atravesado el tiempo
para llegar hasta la puerta de tu casa. Estaba escrito; las margaritas no se pisan en vano,
la hierba no arde bajo tierra sin una buena razón.
 
Resulta que la tierra ha circulado, ha experimentado un episodio
tectónico, una impactante alteración catastral. Y con ella los objetos
deseados, los perdidos, los hallados entre la basura, los que el océano va sirviendo en bandeja de plata.
 
Ahora sales de casa a cualquier hora
y hay un tren esperando, detenido, una estación mil veces
clausurada, una vía muerta. Ahora sales del trabajo a cualquier hora del día o de la noche
y te encuentras en un vagón de ganado. El tránsito es la norma, es el patrón de la naturaleza, el núcleo de la vida
pasa ante ti como un millón de postes de telégrafo,
de pronto te echa encima el horizonte.
 
Después de todo, muchos sabían lo que iba a suceder,
conocían la historia de pe a pa, escuchaban la radio, rumiaban los periódicos; la gente
transportaba un meollo de cifras incompletas, iba con él a todas partes... La gente siempre
sabe más de lo que parece.
 
Entras en la confitería y notas la sacudida y el olor
del carbón. Entras en el bar y el pasillo está lleno de fumadores pasivos.
Vas a trabajar y el humo te entra sin permiso por las fosas nasales. Vas al cine y echan
una de vampiros
otra vez.
 
Algo ocurre. El universo no debería ser así. Tampoco
nuestra conciencia debería ser tan poderosa. Tampoco nuestra memoria
debería olvidarse de nosotros
tan a menudo.


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