jueves, 10 de septiembre de 2020

proforma

 

Permanecer ajenos, debidamente irresponsables,
introvertidos como electrodomésticos. Estirar luego las antenas y auscultar
el cielo abierto registrando cada procedencia, cada latido de la noche. Escribir un diario
con faltas de ortografía
y de rigor.
 
             Llevamos la piedad entre las cejas,
su ceremonia nos cautiva, nos aturulla. Pelamos el plátano de la paciencia, leemos
cartas devueltas a su remitente, cartas de tarot, esquelas prematuras y perlas de la catequesis,
farmacopea abstracta y otros productos de la psique.
 
Ah, es la poesía la que enarca nuestras cejas y deja las suyas en silencio. La poesía
es un arte proforma (sin resultado artístico). El arte suele ser
remiso. Punto. Se adjudica la mano prestigiosa, la suerte agónica del principiante (el ful de reinas/dieces que te esquiva),
hace un corte falso en tus narices o te adivina el pensamiento
(siempre que no lo hubieras pensado todavía).
 
Vas a un museo cualquiera y el artista te ha adivinado
el pensamiento con flagrante alteridad, te ha robado la idea aproximada, el 6 y el 4 y el flash del millón de dólares;
esa Gioconda ¡era tuya!, era tu obra en llamas, apenas bosquejada pero ya en la antesala de un bosque
autóctono de orondas vides y rosas curvilíneas.
 
             Mejor ocúpate de tus asuntos, esparce tu semilla sobrenatural,
exhibe tus poderes notariales, la exitosa mutación que te precede, ese cubismo tuyo tan deforme;
permanece a la escucha del universo, su fondo de microondas
ronronea en exclusiva para ti, su espectro expectora
polvo de estrellas en tu oído, te augura la maestría industrial definitiva,
la performance destructora de mundos. Solo has de medir el espacio habitable entre dos cabezas huecas,
el tiempo entre dos tablas de planchar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores