viernes, 25 de septiembre de 2020

pensamiento y barbarie

 

Duermes y te acribillan a balazos. Estás soñando
y te fríen a tiros, te alcanzan a mansalva, con alevosía, con saña. La muerte
duele como algo realmente perfecto. En el sueño, la muerte no es real, es solo un simulacro inoportuno,
queda pendiente de algo, algún documento, alguna cruz. La sangre palidece como un rastro
en la nieve, surge del pensamiento como una fotografía en blanco y negro.
 
Estás tan tranquilo en el poema, imaginando, salivando
junto a una deliciosa ensalada de verbos, regurgitando la probidad académica de tus renglones, esa horizontalidad
cabal del horizonte estético, esa publicidad luminosa y hermética, ese ansia culpable por formar
parte de la jerigonza editorial. Y van
y te disparan en la nuca, y te estalla el primer verso y lo pones
todo perdido de sesos biempensantes.
 
Piensas en ella a todas horas, estás pensando en ella como un poseso,
poseído de una estupidez heroica, coronándote en la materia; ahora que solo respondes ante el amor
y su beneficencia, su espíritu corriente y tan común
como una mañana de domingo, su alma tan cualquiera derramada en salvas
impactantes, campanadas de fiesta, descargas de una alegría tan simple como el oleaje, ahora mismo,
cuando solo tienes una cosa en mente y un único esfuerzo requiere tu entereza. Entonces,
te disparan a bocajarro y te aciertan de lleno, y no llegas a articular palabra,
ni siquiera la palabra amor.
 
Paseas, alardeas, tienes bajo los pies una tabla de skate, registras
tu récord de velocidad, los ojos se te salen de las órbitas, las manos se te hospedan en el viento,
piden hora en la pista, la voz te da de baja los sentidos, el verso
te acogota, te silencia, te pone contra la pared y te cachea como un auténtico policía ful. Y tú, festivo, festoneas
la realidad con actitud a ultranza y tu risa florece en el asfalto. Piensas en el sol que luego
baja las persianas de la tarde y oscurece el mundo con su abrazo. Pasas y recibes el primer
disparo en la rodilla como una rosa clavada en la rodilla, y el segundo ya te crucifica,
cristianiza tu costado, te civiliza a la vez que te corta la respiración.
 
Sabes que la muerte ha comenzado a derribar tu estatua, pero estás
como muerto, en brazos de la apnea, honrando el dominio de la soledad absoluta,
siervo del infinito que saluda tu quietud. Y entiendes que te han asesinado, que la vida era esto,
apenas un recuerdo imperdonable, un sueño en falso: alguien que mira a través del cristal, que te mira de frente y te remata
con todo el duro nervio de su corazón.



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