Puedes mirar al
permanente cielo,
fingir el breve pie que
se tropieza
o la boca católica que
reza
con gran recato y
expresión de duelo.
Puedes fundir con la
mirada el hielo
o hacer que nieve sobre
mi cabeza
y que la nieve caiga de
una pieza
como una losa de apagado
vuelo.
Puedes encadenarme a tu
sonrisa,
atarme en corto con tus
ojos verdes
o darme cuerda para que
ande un rato.
Puedes pisar por donde
nadie pisa,
puedes perderte donde no
te pierdes
o hallarme donde pierdes
el recato.
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En las fecundidades del crepúsculo,
yace el despojo de la madrugada,
tan huérfano de luz y tan minúsculo
que no se puede ver con la mirada.
Cuerpo minimizado hasta el corpúsculo,
alma que disminuye y se degrada,
sangre sin corazón, hueso sin músculo,
llama de todo el fuego despojada.
Llega la noche y se protagoniza,
con gran solemnidad, poniendo en liza
la ceja de su horrible parsimonia.
La veo descender, como un pecado,
vestida de domingo endemoniado
y absorta en su grotesca ceremonia.
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Amar
sólo una vez. Morir después
de
haber amado tanto como hubiera
sido
posible amar por vez primera.
Zarpar,
arriando amor, llanto a través.
Izado
el estandarte del inglés,
la
inhóspita, impasible calavera,
cruzar
muerto de amor la vida entera,
pasar
de vientre a vientre, mansa res.
Amar
con el arrojo inquebrantable
que
exige al corazón el alma pura.
Surcar
el mar del tiempo a toda vela.
Llegar
a puerto, infante venerable,
en
el semblante un rictus de amargura,
de
inextinguible amor que tierra anhela.
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Hago de mi raída capa un
sayo
y donde dije digo
digo diego:
donde te dije amor con
voz de fuego
te digo sólo luz con voz
de rayo.
Te digo sólo luz y luego
callo,
me callo el dulce amor y
te lo niego
y donde toda el alma
puse en juego
pongo la soledad en que
me hallo.
Rayo en la perfección de
tanta sombra
que no siento la clara
voz del día
ni me tienta el azul del
hondo cielo.
Pues donde hubiera voz
nada te nombra
y lo que fuera amor es
sólo fría
luz que niega el amor
con voz de hielo.
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¿Criados a la sombra de
qué voz
fueron estos silencios
absolutos?
¿Esta realidad
acorazada,
dónde aprendió a
cubrirme de nostalgia?
¡Oh, temo a la palabra y
su silencio!,
a su silencio muerto y
enterrado
-doble tesón de sombra y
sepultura-,
a su oculto, gastado
diccionario.
Existe un eco, padre de
la luz,
en cada eterna soledad
del aire,
un fuego de maneras
miserables.
¿Al abrigo de qué futuro
incierto
han arraigado tanto en
mi memoria
estas realidades
avanzadas?
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