No
hay alambradas de tres metros de altura, ni fosos profundos:
la
barrera es mental.
El
aire huele a cloroformo y tiene alguna cualidad específicamente débil,
posee
transparencia elemental de bajo rango y afecta a los sentidos
que
se desconectan de la realidad mediática, de lo que existe.
Las
cámaras captan una sombra extraterrestre que se divide
en
una colección de logradas tinieblas afectadas por enfermedades
infecciosas.
Los corazones laten asincrónicos, no líricos, se auscultan
sus
preciosos ventrículos dorados con el genio imprevisto
de
la maquinación.
Pues
aquí no funcionan los motores legales,
todas
las causas son causas perdidas para los buenos abogados.
Este es un terreno abonado para los
jueces de la horca,
pero la policía duda y no se atreve
a respirar el odio,
no entra al juego oscuro de los
abandonados callejones,
se detiene justo al borde del
precipicio.
Los
chicos de la zona se entretienen con el tráfico.
Los
perros callejeros dificultan el tránsito.
Y
siempre pasa un coche a todo volumen
que no deja que se oigan
los gritos, los disparos y las risas
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