domingo, 19 de mayo de 2013

¡Liza te llama!


1

Parsimonioso y profético, descenderá de su andamio el maestro albañil,
el pintor olvidará su brocha en el suelo y tomará los pinceles,
el electricista dejará los cables pelados a merced de una corriente salvaje.

En la calle, el mensajero cambiará de rumbo y elegirá una vía
lo suficientemente angosta,
el conductor aparcará su vehículo en la plaza mayor,
el barrendero colgará los auriculares para escupir en el suelo su malestar profundo,
y algún que otro jardinero elocuente se quitará la rosa del ojal

(enjambres peatonales arrancarán semáforos y marquesinas).

En la oficina, los ordenadores no tendrán quien los escriba,
las fotocopiadoras sufrirán los apagones de la monotonía,
permanecerán callados los teléfonos agresivos
y las impresoras quedarán atascadas para siempre.

Hacia el centro comercial, los últimos compradores se lo pensarán dos veces;
dentro, las tiendas lucirán bonitos agujeros en sus puertas de cristal
por los que irrumpirán bandadas de atracadores dinámicos
que llenarán sus mochilas de presuntas alhajas;
todos los cajeros serán automáticos.

Por el contrario, la actividad será febril en las comisarías,
donde hervirán los despóticos cerebros sometidos a presión,
se tensarán las mandíbulas y los músculos presentirán los momentos
críticos de la acción coordinada hacia la estricta violencia.

Pero un sentido ejército de desposeídos, vertiginosa selección ciudadana,
levitará en el círculo de su herejía y progresará despertando la admiración
de los trabajadores, la emoción de los pequeños
y el entusiasmo de los (nuevos) enamorados.
  
2

Aquella voz de entonces...  Aquella voz renacerá más fuerte: el susurro, el verso
que será coraza de los pájaros. Aquel nombre será de nuevo pronunciado
y recorrerá los pueblos a la velocidad del grito, se posará en cada rama
de cada árbol y allí entonará su melodía, su pacífico canto, y su plumaje
será de oro, de neón y flamante colorido, con ribetes de plata y sus nenúfares,
tréboles de cuatro hojas y ninguna, margaritas de fiesta, toros bravos
con sus pezuñas toscas de lunares satélites, gravitando un orgasmo colectivo.
Aquella voz retumbará en los oídos de las hadas y algunas damas élficas
o princesas gitanas, reinas de Israel, retocarán sus peinados de azahar y tumulto,
se pintarán las uñas color carne brillante y ceñirán sus tobillos con pulseras de marfil.
¡Ah!, la recreación del mito en unos ojos azules como sombras, vibrante y no descrita.

La blonda ninfa de cabello azabache, de apenas cien años o veinte primaveras,
tan joven como un roble, tan fuerte como una superstición, aprenderá a coser
con la mirada y ya tendrá su nombre: Liza. A su llamada, acudirán los reyes con presteza,
la nobleza con su séquito coral, su espuma celebrante, su arco iris real de medio punto
y sus ofrendas: cofres eternos, tesoros agobiantes, láminas
de platino finas como tentáculos, garras de águila para volar sin miedo,
aceite de canela, sándalo efervescente, libros apasionantes de un millar de párrafos,
argumentos sin número, letras invencibles, manuales de instinto.
Y llegarán también a su reclamo misterioso, su invocación, su cita,
los maestros albañiles, por fin descabalgados de sus peligrosos andamios,
los pintores y los electricistas desarmados, los mensajeros compulsivos,
conductores atípicos, las mujeres y los hombres necesitados de vocación e impulso,
los menudos ladrones capaces de pasar por el ojo de una aguja,
y los enamorados con su nueva religión salmodiando el enaltecimiento de un beso
lánguido como una película sin lágrimas, lento como una exaltación en plena noche.

3

Se arrastra por el tiempo una pulsión siniestra, uniformada. Cruces y espadas
que engendran potros de tortura, himnos que ahogan los alaridos de dolor y espanto,
falsas banderas que encubren la sangre derramada por los inocentes.

Sin solución de continuidad, un delicado trabajo sucio se aprende en las academias
a sangre y fuego. Otros obreros perpetran el execrable crimen, son testigos del látigo,
se creen superiores a sus padres porque conocen la mecánica del odio,
pues les ha sido revelada una falacia con visos de conciencia.

Ellos no escuchan la novísima forma del estado, sometidos como siguen
a la sinrazón del pecado universal; se sienten seguros bajo la protección autónoma
de sus radicales, sus muros marmóreos sujetos con la masa común del dólar
que todo lo puede, sus armas microscópicas letales dignas de los dioses
del caos, su auténtica maldad destinada al gobierno y la expansión.

Ellos son los que han herido y hieren, los que han matado y matan,
los que han desvalijado, vejado y humillado a través de los siglos,
son los que llamaron a la oración a las madres valientes
y bautizaron a sus hijos con agua estancada; los que nadaron en piscinas doradas
y comieron la carne más jugosa y tierna y bebieron el vino más templado.

4

Al final, el fondo será un quejido de grandioso volumen, una amalgama
de soul revolucionario, la canción más alta jamás lograda.

Y las medallas quemarán el pecho de los generales,
los elegantes nudos de las corbatas asfixiarán a los prebostes
y arderán en sus llamas infernales las fúnebres túnicas del clero.
Nunca sabrán por qué, sordos a la estación de la protesta, ciegos al mes de mayo,
mudos ante la turbulencia injusta de su orden y su jerarquía.

Oh, y Liza, que después de muerta, aun después de muerta y enterrada
y enterrados sus huesos diminutos y perfectos, algunos astillados y rotos,
huesos que sostuvieron la orgullosa frente y perfilaron la deliciosa cruz de la sonrisa,
Liza que después de asesinada por un escuadrón de bestias corruptas
que ultrajaron su cuerpo tan frágil y en él dejaron su huella lujuriosa y cobarde,
al frente de un gentío de honestidad perfecta, frente a una verdadera muchedumbre,
a la cabeza de una fiera legión de personas cabales, de personas reales y animadas
por una sensación de independencia, un espíritu al alcance del tiempo
que planea furioso sobre el devenir de las naciones, al mando de una bandera de historia,
con más de mil cañones en la mano abierta en defensa de un solo jilguero,
ligera y firme, avanzará de pie empuñando su alma generosa y blanca
contra la cúspide del mal y sus gorras de plato y sus risas impías,
y con la solemnidad del viento que agita los espacios, la prudencia del agua
y la humildad que agota la pluma de los poetas felices,
proclamará el nacimiento de una patria sin fronteras.








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