martes, 7 de mayo de 2013

entre sus manos


Rosa, destacaba la rosa,
indicativa,
territorial,
distante,
a mano de la mano temblorosa y real,
rozando con su aroma la crema de los dedos,
la finura radiante cultivada en la piel,
habitada de sol
en el vivo fulgor de las mejillas.

La rosa para ella, la mejor del jardín antes del sueño,
la rosa nuestra del jardín en llamas,
la flor aparecida,
criada por la luna.

En el camino, hacia la senda virgen tenebrosa,
por el camino hondo de la fuente
            -hay que ir a buscarla-.

Se hallará temblando entre sus manos.

En soledad, la rosa alza su voz de armónica,
seduce a la hierba con su tenue esplendor,
basta para crecer un metro a ras de suelo.

Hubo un tiempo en que también se regalaban flores,
y las bellas muchachas lucían
guirnaldas en el pelo.

            Pero ella nació cuando las carreteras invadían los parques
            y tuvo su pequeña infancia cuando los trenes partían de vacío.
            Nadie le regaló una flor aquella noche eterna,
            porque las flores yacían en tumbas perfumadas
            de espaldas a la tierra.

Ella buscaba un trance, entraba en trance (y de la altura
vino a caer un viento que parecía bruma y era como la nieve
en su estructura,
en su dominio etéreo,
se dejaba caer
como si fuera un cáliz caprichosamente construido,
manantial de colores).

Se inclinaba la rosa, afirmativa, sobre el corazón de la doncella,
sobre un colchón de lágrimas vertidas por todos los amantes,
sobre su propia sombra derramada en silencio. 

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