Rosa, destacaba
la rosa,
indicativa,
territorial,
distante,
a mano
de la mano temblorosa y real,
rozando
con su aroma la crema de los dedos,
la
finura radiante cultivada en la piel,
habitada
de sol
en el vivo
fulgor de las mejillas.
La rosa
para ella, la mejor del jardín antes del sueño,
la rosa
nuestra del jardín en llamas,
la flor
aparecida,
criada
por la luna.
En el
camino, hacia la senda virgen tenebrosa,
por el
camino hondo de la fuente
-hay que ir a buscarla-.
Se hallará temblando entre sus manos.
En
soledad, la rosa alza su voz de armónica,
seduce
a la hierba con su tenue esplendor,
basta
para crecer un metro a ras de suelo.
Hubo un
tiempo en que también se regalaban flores,
y las
bellas muchachas lucían
guirnaldas
en el pelo.
Pero
ella nació cuando las carreteras invadían los parques
y
tuvo su pequeña infancia cuando los trenes partían de vacío.
Nadie
le regaló una flor aquella noche eterna,
porque
las flores yacían en tumbas perfumadas
de
espaldas a la tierra.
Ella
buscaba un trance, entraba en trance (y de la altura
vino a
caer un viento que parecía bruma y era como la nieve
en su
estructura,
en su
dominio etéreo,
se dejaba
caer
como si
fuera un cáliz caprichosamente construido,
manantial
de colores).
Se
inclinaba la rosa, afirmativa, sobre el corazón de la doncella,
sobre
un colchón de lágrimas vertidas por todos los amantes,
sobre
su propia sombra derramada en silencio.
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