Lo que te diferencia, Viento, de otros vientos,
es tu forma de contemplarme en este siglo
(Ramón Ataz)
(Ramón Ataz)
La noche se movía haciendo sombras como un púgil de humo.
Entre cuatro paredes, la vida florecía de costado,
llena de moratones
(y ya no había fuentes a la vuelta de la esquina, solo automóviles sin gracia).
El ruido, en su ignorancia, ofrecía una sólida declaración de principios,
las fuentes no brindaban su alegría, su egoísmo,
la glacial hermosura de su aliento.
Conflictos sin resolver que iban dejando un rastro coagulado.
Era la noche la que tapizaba los cuerpos de sangre y de venganza.
Volaban las palabras de mano en mano
y tal vez una mujer pasara a rastras por la inhóspita avenida
con una puñalada en el alma,
un joven tararease un grito desafinado para ahuyentar el silencio.
A la vuelta de la esquina, el rumor de una sonrisa delirante,
las últimas paredes blancas.
La melodía del dolor apenas recortándose a través de una ventana desvaída;
un salto convincente, un paseo por el lado salvaje del destino,
la mirada de un beso que anuncia su implacable promesa
de nostalgia, o de paz.
Otra noche velada a los ojos del tiempo
se cubría de fuego y de miseria, de llanto y de ceniza,
como una mujer fatal.
Y todos los espejos conocían su nombre.
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