A
Rosario la echaron del trabajo. Un día no encontró dónde sentarse,
dónde sentirse bien,
siguió
la flecha y acabó en la calle. Empezó a caminar
y
caminaba pensando en el final.
Rosario
no besaba y, al final,
la echaron
del trabajo y -sin besar- empezó a desfilar por su camino
pensando
en el espacio disponible, pensando en el dinero que debía
y en
toda esa oscuridad gigante que avanzaba a su encuentro.
A
Rosario (que predijo su nombre) la echaron del trabajo,
y era
hermosa;
caminaba
por la calle sin besar
y al
final eran besos todo el tiempo, eran besos al aire y eran besos
a la
gente desconocida y amable.
Dulces labios que obraron su azaroso
milagro
separando las aguas de los mares, separándose
en balsas
del color de la luna bajo el sol.
Labios nuevos enfrentándose a la
tierra,
caminando de frente a pesar de los
besos, a pesar
del camino tan largo,
del trabajo que hacer,
tan excesivo.
Rosario
en este arco de realidad: caminando sin besos en el alma.
Después
de otro final idéntico a los últimos finales.
Un beso
en la mitad del corazón.
Tan
hermosa como un beso en la mitad del corazón
y, al
final, un modo de pensar en el futuro, un modo de pensar en el trabajo,
un arco
de conciencia bajo el sol, un trabajo de artista
de otro
modo
y un
final.
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