lunes, 23 de diciembre de 2013

inexorable


Con su amor a solas, divaga, sufre. Mira la televisión y habla con su amor a solas,
divaga, sufre, comenta el espectáculo. Flirtea. Va en serio. Ha salido de casa
sin amor. Lo ha dejado en la repisa, en el rincón, en el ángulo ciego, en el armario
que nunca estuvo lleno de esperanza, lo ha dejado en el suelo, fresquito, redondo
como un balón de playa. En la calle, los coches van en serio. Las campanas orean
un silencio destensado. Los escaparates exhiben el desinterés del capital,
exigen el sacrificio sonoro de la duda, la exclamación, el tintineo de los ojos.

Es fácil seguir la huella de los nombres propios, su rastro de plástico y neón,
su énfasis. La compra tiene un detalle. La televisión acosa con un programa doble
-triple salto mortal- plagado de realidad al uso: hay muertos en cartera, en carretera,
alguno que se lanza al vacío a pleno sol. Las víctimas se sacuden el polvo
y se dirigen a sus casas sin esbozar una sonrisa, con el gesto adusto del que no tiene
nada que perder. Ayer esto era el valle y los ríos se daban la mano. Hoy todo es ciudad
sin apellidos, sin tregua. La palabra ciudad significa algo, según el proverbio,
según las escrituras significa historia. La historia es como sigue: ella se mira en el espejo
(mucho antes de la programación) y encuentra. Luego, sale de casa con su amor a cuestas,
lo lleva metido en el bolso, junto con el lápiz de labios y la libreta de papel sin estrenar.

Donde está el amor hay un rato largo de soledad, un plebiscito. ¡Qué nobleza!
La soledad procede del silencio, se ajusta al mecanismo ágil de la quietud. Ella fantasea
sus tranvías y sus frases y tararea una sorda melodía en el hueco de su corazón. Cabe
presentarse a su lado y ofrecerle la corona de un país sin patria, invitarla a bailar.
La espuma, de moda. Sale de casa con un vestido de mar nada transparente y los transeúntes
fabulan mientras terminan sus cigarros puros. La soledad miente un poco de nuevo,
para que no se diga. Se viene a decir que el aire contiene partículas de amor en suspensión,
sorprendidas en plena producción de oxígeno santo, realmente dispuestas a ser atragantadas.

El aire de la ciudad es para respirarlo mejor. Ella no respira tanto. Ha salido bailando
con sus zapatos casi rojos y los ojos arrimados al baile. Divina. Callan los dioses su fastidio,
no hacen valer su jerarquía ni su individualismo, conviven con su prole aérea, su fatiga de serie.
La luz revienta cristaleras, dignifica el asfalto, lo motea, instaura un espejismo en cada puerta.
Dicen que la luz se ha hecho del Partido, que ahora se reparte y no se niega a iluminar
los besos ni a poner en marcha la máquina del tiempo: la luz que siempre llega del futuro.
Ella se planta en la cruz de la avenida y declama la rosa que nace de raíz en su cabello,
reclama el verso azul, añil, de algún color no resuelto, inesperado como un jirón de octubre;
luego, camina y pone fin a su arrebato, camina sola con su amor del brazo, exagerando el alma,
en compañía de la soledad que siente, hacia el fracaso inexorable de una vida feliz.





2 comentarios:

  1. Qué cercana se siente Ella, Esteban, tu poesía siempre es conmovedora pero esta es simplemente increíble. Qué enorme gusto poder leerte.

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  2. Oh, muchas..., muchísimas gracias por tus palabras, no sabes cómo las agradezco,Viví. Espero poder leerte también pronto. Un beso y gracias. Y Feliz Navidad.

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