viernes, 13 de diciembre de 2013

lo que hay que ver


Allí donde solo el vacío absoluto debía sostenerse, había algo, un concepto de algo,
una idea de algo que necesitaba ocupar su espacio en una dimensión oculta
imposible de ver.

¿Quién lo vio?

Nadie pudo ver el potencial exacto de aquella nube (¿roja?).
Parecía una nube roja salida de un cuento infantil (en concreto de Los Tres Cerditos,
pues era semejante a la famosa nube que oscilaba sobre la primera casita que voló).
Lo inviable. No debería haber estado allí. Sucedió, pero era así de místico el suceso alucinante,
el portento digno de una milagrosa muchacha mejicana con la cara de la virgen María
y el cuerpo imaginario de una chica de rostro angelical.

Donde no debería haber habido, hubo, había una sombra que no provenía de la luz,
una sombra venida del espacio interior. Acaeció la implosión, un estrecho big-crunch
-cataclismo de bolsillo- y las dimensiones maduraron, pero siguieron replegadas
velando el furor de la verdad.

¿Quién lo vio?

Hubo un dios. Había un dios cerca que lo vio a partir de su mecánica omnipresencia
omnisapiente. Entonces, la mujer que estaba tan lejos que no se la podía ver de cerca
y apenas se intuía su silueta neumática y apenas su sonrisa centelleaba
entre las miríadas de colisiones simultáneas que multiplicaban el tiempo
en un factor desconocido
tuvo a bien pronunciarse, proclamarse, enunciar su victoria.

¿Quién la vio?

Un pequeño antihéroe de los de andar por casa, de andar de boca en boca y titubeante,
surgido en la membrana, procedente de otra realidad tan poca cosa y superpuesta,
remachó la tarea, levantando un acta material en su memoria de pájaro.

La muchacha mejicana (que no es que no existiera ni tampoco) se lavaba las manos en la fuente
perseguida como siempre por su claro porvenir (y sin oráculo). No se obró
milagro alguno aquella noche eterna. Sobre el vacío que debía sostenerse
siquiera apareció una voz ni se escuchó una risa musical.

Tan bella y sonrosada, pudo iniciar un sufrimiento redentor con su carita de ser feliz
y su cuerpo tendido donde se doblan todas las esquinas. Pero nadie la vio.






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