Allí
donde solo el vacío absoluto debía sostenerse, había algo, un concepto de algo,
una idea
de algo que necesitaba ocupar su espacio en una dimensión oculta
imposible
de ver.
¿Quién
lo vio?
Nadie
pudo ver el potencial exacto de aquella nube (¿roja?).
Parecía
una nube roja salida de un cuento infantil (en concreto de Los Tres Cerditos,
pues era semejante a la famosa nube que oscilaba sobre la primera casita que voló).
Lo
inviable. No debería haber estado allí. Sucedió, pero era así de místico el
suceso alucinante,
el
portento digno de una milagrosa muchacha
mejicana con la cara de la virgen María
y el
cuerpo imaginario de una chica de rostro angelical.
Donde
no debería haber habido, hubo, había una sombra que no provenía de la luz,
una
sombra venida del espacio interior. Acaeció la implosión, un estrecho big-crunch
-cataclismo
de bolsillo- y las dimensiones maduraron, pero siguieron replegadas
velando
el furor de la verdad.
¿Quién
lo vio?
Hubo
un dios. Había un dios cerca que lo vio a partir de su mecánica omnipresencia
omnisapiente.
Entonces, la mujer que estaba tan lejos que no se la podía ver de cerca
y
apenas se intuía su silueta neumática y apenas su sonrisa centelleaba
entre
las miríadas de colisiones simultáneas que multiplicaban el tiempo
en un
factor desconocido
tuvo
a bien pronunciarse, proclamarse, enunciar su victoria.
¿Quién
la vio?
Un
pequeño antihéroe de los de andar por casa, de andar de boca en boca y
titubeante,
surgido
en la membrana, procedente de otra realidad tan poca cosa y superpuesta,
remachó
la tarea, levantando un acta material en su memoria de pájaro.
La
muchacha mejicana (que no es que no existiera ni tampoco) se lavaba las manos
en la fuente
perseguida
como siempre por su claro porvenir (y sin oráculo). No se obró
milagro
alguno aquella noche eterna. Sobre el vacío que debía sostenerse
siquiera
apareció una voz ni se escuchó una risa musical.
Tan
bella y sonrosada, pudo iniciar un sufrimiento redentor con su carita de ser
feliz
y su
cuerpo tendido donde se doblan todas las esquinas. Pero nadie la vio.
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