domingo, 15 de diciembre de 2013

nueva ridícula historia del arte


Madre era una mujer feísima.
(Gerbrand Bakker)

Es en el hogar -pasillo arriba- donde suele crecer/crearse el verso,
el hondo lenguaje que a nadie satisface
y nadie entiende.

La infancia contiene una seguridad en la incertidumbre que todo lo marchita.
Lo condiciona todo. Es la peor parte. El estado crítico.
¡Resulta tan sencillo machacar un cerebro en expansión!

Las pesadillas son marca de la casa. Duran el tiempo innecesario.
Fanfarronean a lomos de un corcel de espanto (cojo) que resopla irritado.
En una pesadilla los animales gritan y hablan en un idioma de signos
patentado por el inconsciente, ese matarife atronador.

Cuando se produce un linchamiento, es decir, una presión desaforada
y desfavorecedora, el sentido común puede escapar por cualquier parte,
se debilita. La literatura es una raya en el proceso, un hito electrónico
derribado por un campesino bruto y descontento, a lo mejor (virtual).

La poesía trata del buen gobierno de las emociones. El poeta no es un fingidor al uso,
sino un mentiroso redomado y terrible, desagradable, un estafador de los de antes
de internet. Los estudios no sirven para nada. Hay que curtirse. Es preciso
sudar. Sufrir en vano. Llorar sin ganas. Tener accesos de pánico real. Palpitaciones.

La droga es un bien moral, hace mucho bien a las almas tenazmente descarriadas,
las arropa, las conforta, su caricia es un espasmo, el vómito más suave.

O bien, la poesía no existe, es el engendro, el área cincuenta y uno del arte.
Un plomo que cae a plomo y se resiste a desaparecer.
Desmáyense los caballeros ante el poder de la palabra encinta.
Rían las damas.
Mófense los abuelos y los niños de pecho (que son todos)
¡Mastúrbense los locos con el verso!

El verso es la espiral. De hecho, el verso se muerde la cola. Es el infinito roto por la mitad.
Un parte de guerra escrito con la sangre de una paloma.
El poema es también el aire de los pájaros que andan a la gresca.
El poema es el reflejo de una mueca corrupta.
Es el reflejo máximo posible, el ojo máximo que termina por romper la luna del espejo.
Es el que no colabora con nadie.

Qué grande la familia y su desdicha. La gente forma grupos insanos. Luego, se comporta.
Salvo en la intimidad del hogar.
El hogar es la patria del infame y su infamia. Allí, en su tálamo procaz y sórdido
como solamente puede serlo la salida de incendios de un burdel barato
se cuece a fuego lento la barbarie.


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