Rama
redondea su figura, dibuja una palabra geométrica
en la
arena del parque, salta a la comba
mentalmente.
Es
como
si llevara trenzas en el pelo. Enciende un cigarrillo rubio, fuma y exhala
el
humo que entretiene a los niños. Fuma despacio.
Y lee
su novela (que es una película de ciencia ficción).
Tan
suave, el sol se plastifica en el cristal, radia una emoción
eléctrica
que se desliza serpenteante, se arrastra, horada la tierra
y se
transforma en una fotocopia de la escena underground.
Con
su parsimonia, sigue el baile, cierto melancólico despliegue musical,
excéntrico
como una saga bíblica de rock and roll,
las
melenas al viento, las guitarras restaurando el orden,
el
silencio
demostrándose.
La
velocidad es un arcano. Rama baila -sin moverse del sol- mientras lee despacio
y paladea
el texto enrevesado que se transforma en réplica,
cruel
metamorfosis. Mil y una noches
lee
su novela, mil cigarrillos, mil soles de plástico en bolsas de alquitrán.
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