lunes, 9 de diciembre de 2013

nadie es perfecto


Cuando el aliento es una señal de humo,
las chimeneas brotan como puñales en la pista del circo.
Cuadros de grandes dimensiones bañan el punto de vista,
son de color materia con pinceladas de espíritu y vuelan como drones
enfermos.  En el desguace, ladran las máquinas en funcionamiento,
los motores ariscos recuerdan el día de su primera combustión.

Todo fluye, menos la sangre. La sangre viene con tropezones. Los burros son amables
e inteligentes. Hace frío, pero es mentira. El hielo es un invento reciente
que carece de alma. Porque todo pasa por el aro de fuego. En el fuego está la salvación,
por el fuego palpita la calma, una quietud llena de colisiones a la velocidad del amor.

La soledad sale de casa con lo puesto: cuando nadie la oye, suelta un par de juramentos.
Flota a ras de labios, va flotando, es respirada, se enseñorea, posee tantos pechos,
todos con su corazón en marcha, todos aferrándose a la vida.

¡Cuántas palabras se traga el frio! Se traban, dulces como el coágulo,
se atragantan en un cuello de botella, sudan su significado impertinente.
Oh, la perfidia está en el aire, nubes de leche agria lloran en privado, nievan en público,
congelan los salarios en el pobre sembrado.

Sobre el inconsciente colectivo desciende una flotilla de naves invasoras
que amenaza el estado de shock. La sociedad profetiza su músculo, teoriza
una contrarrevolución no violenta, económica, con paredones de cristal líquido
y guillotinas tácitas, con su ejército maquetado, empaquetado en unidades
discretas de saqueo virtual.

La vida se presume cuando el aliento quema la retina de las cámaras lentas;
la vida no es que esté pasando por su mejor momento
cuando el tiempo se pudre para pinchar una pompa de jabón.
Cuando la muerte graba su epitafio en la sombra para que puedan verlo los que van a nacer.


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