Cuando
el aliento es una señal de humo,
las
chimeneas brotan como puñales en la pista del circo.
Cuadros
de grandes dimensiones bañan el punto de vista,
son
de color materia con pinceladas de espíritu y vuelan como drones
enfermos. En el desguace, ladran las máquinas en
funcionamiento,
los
motores ariscos recuerdan el día de su primera combustión.
Todo
fluye, menos la sangre. La sangre viene con tropezones. Los burros son amables
e
inteligentes. Hace frío, pero es mentira. El hielo es un invento reciente
que
carece de alma. Porque todo pasa por el aro de fuego. En el fuego está la
salvación,
por
el fuego palpita la calma, una quietud llena de colisiones a la velocidad del
amor.
La
soledad sale de casa con lo puesto: cuando nadie la oye, suelta un par de
juramentos.
Flota
a ras de labios, va flotando, es respirada, se enseñorea, posee tantos pechos,
todos
con su corazón en marcha, todos aferrándose a la vida.
¡Cuántas
palabras se traga el frio! Se traban, dulces como el coágulo,
se
atragantan en un cuello de botella, sudan su significado impertinente.
Oh,
la perfidia está en el aire, nubes de leche agria lloran en privado, nievan en
público,
congelan
los salarios en el pobre sembrado.
Sobre
el inconsciente colectivo desciende una flotilla de naves invasoras
que
amenaza el estado de shock. La sociedad profetiza su músculo, teoriza
una
contrarrevolución no violenta, económica, con paredones de cristal líquido
y guillotinas
tácitas, con su ejército maquetado, empaquetado en unidades
discretas
de saqueo virtual.
La
vida se presume cuando el aliento quema la retina de las cámaras lentas;
la
vida no es que esté pasando por su mejor momento
cuando
el tiempo se pudre para pinchar una pompa de jabón.
Cuando
la muerte graba su epitafio en la sombra para que puedan verlo los que van a
nacer.
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