jueves, 1 de mayo de 2014

cámara, ¡acción!


Ella está para sacarle fotos, de estudio, de perfil, de espaldas a la luna,
para captar su gente, la gente que la habita, con su pena en brazos como leña seca,
con los ojos que se ríen del mundo y los ojos que se inundan de lágrimas
turbias, con su espíritu desierto al fin del viaje. En el andén, un par de maletas sin remite,
pesadas como un kilo de heroína, y tan valiosas. Un frenesí que abrasa
demasiado, algo que colecciona corazones, se extasía. A la sed hay que darle de beber.

Ella está tan sola como la buena chica que va al cine los domingos;
la que sale a fumar y a reírse con los ojos, a fumar y llorar de risa con la gente que pasa
(y luego a tomarse un combinado fuerte para la tos).

Ella está para sacarle fotos cuando sonríe sin pensar en nadie. Cuando no piensa que dios la está mirando
con esos ojos turbios como anegados en lágrimas y esa lujuria introspectiva y húmeda.
Dios es un universo en acción y está en una gota de agua. Pero en una de tamaño oceánico.
De tamaño colérico. En la zona inhabitable de la estrella que menos se imaginan los telescopios
una civilización blasfema en su idioma nativo y es castigada por Yahvé.

El poder se comporta así. La violencia no entiende de belleza, solo de bellezas muertas,
naturalezas muertas, cosas muertas que andan por ahí sin enterrar, recién atropelladas,
cadáveres flamantes, reincidentes en el trance de morirse de una vez. Ella ostenta un poder anecdótico,
no omnímodo, no atávico, no político ni físico. Es un poder empírico el suyo, muy experimental.
Acaso te mira y ya estás muerto, no te mira y te mueres de repente, o te mueres de envidia.

Todo el dolor se puede conjurar sin necesidad de una masacre ni un baño de sangre.
Una mirada suya puede doler como una extracción sin anestesia, una operación a corazón abierto,
los nervios de los nervios, terminaciones nerviosas desnudas
y expuestas al correoso viento que doblega y separa, al roce del insecto voraz.
El dolor es un monasterio del tamaño oceánico de un universo en acción
mantenido por los informáticos de nuestro señor, que son legión y de un lugar a otra escala.

Ella está tan sola que se apiada su gente y casi no apuñala por la espalda, avisa apenas, advierte
de algún peligro, algún caballo blanco desbocado, algún hombre blanco pensando en el amor,
como siempre. El hombre blanco se cree que el amor ha nacido para él. El hombre blanco se cree
que el amor. Es un cretino que sube a las montañas, un cretino que dispara todo el tiempo.
Es una bestia que persigue almas para su colección de mariposas.

Ella hoy está para sacarle fotos, para tenerla en cuenta, para aquello. Para darle la mano
entre las sombras ávidas de amor. Con su espíritu dentro. Fumando un cigarrillo sin filtro
con los ojos clavados en un andén de lágrimas, en su divisadero favorito viendo caer la lluvia
sobre una escena de rosas impensables.





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