lunes, 5 de mayo de 2014

simulador


Vagamente púrpura, que es un color muy denso. La cristalera abre al amor;
la cristalera ve. Está ese amor querubín que se acurruca, se adjudica suspiros;
está ese amor liviano, lívido y escrupuloso que arranca margaritas, que deshoja fantasmas
y es un devorador de luz. La pequeña nivelaba su forma o su encanto; así cerraba los ojos rasgados,
liberaba su aliento a través de los párpados. La tentación era no ser encantadora.

Tanta historia para todo. La muchacha grababa su compacto en las aceras como un Bansky
aterciopelado. Los edificios respondían persianas y era fácil oírlos respirar inquietos.
Tanto color. La voz era un color determinado, negro. La voz más negra del país, un reguero de pólvora desanimando canciones. Aretha y sus amigas en una sola voz ensortijada. Las canciones volaban,
confluían en la garganta del ángel. La muchacha es un ángel pragmático que vuela hacia la voz real.
La voz real es un carácter, una disciplina sin fronteras, sin maletas ni riscos. Pasa por aquí
el tren de las almas: los gatos ya lo están oyendo, se reúnen bajo el coche abandonado.

La canción es ideal. La idea del verso pertenece a un recuerdo que alguien ha dejado caer.
El recuerdo se aferra a su realidad distópica y procura no ser malinterpretado. De sus cándidos labios
brota, sin embargo, una sensación distinta, no subyacente.
No es literal. Su alma negocia una salida, canta por el cielo, acompañada al piano, acompañada al sol.

Vagamente todo. Tras el cristal el libro no mueve página. Se catapulta, pues así lo dice la primera página,
que es de un libro de historia común y corriente. La historia busca en su memoria un salto semejante,
un vuelo asaz literario, pero solo conecta con la filosofía del poema, que no se trata quizás
de un partido de fútbol ni es tan profunda como un cambio de táctica. Los cristales aburren.
Ella se aburre y pasea de un paso por el parque (que es real). Los perros gobiernan su parte sucia,
las guitarras acuden, las parejas se nombran.

Empezaba a cantar con el pelo recogido en infinitas trenzas y el aire recortaba cuadrículas de oxígeno,
y el aire simulaba un canto azul que era puro silencio. Los árboles tan tensos;
la soberbia belleza del tiempo ¡qué celosa!, dolida. Una línea sinuosa, solo música.
La muchacha con su cara nevada más que pálida; su piel oscura disipando la monotonía del sueño.
La voz más hermosa del mundo ha recorrido un largo paraíso antes de llegar aquí,
ha cruzado un desierto de perlas, ha profanado la guarida del dragón, ha hecho de la manada su cortejo.
Ella, tan dulce que mira sin opresión al cielo, ha conseguido un sello permanente.






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