sábado, 3 de mayo de 2014

sola


La soledad comienza con el frío,
un frío cerebral, de cuerpo extraño,
amasado con sobras de vacío,

que cala hasta los huesos y hace daño.
Estar solo es estar desatendido,
no prestar atención al mes ni al año

ni al día que atraviesa malherido
de eternidad umbrales y compuertas
con sus cosas que nunca han sucedido
Fotografía de Clarissa Bonet   (http://clarissabonet.com/)

pero que todo el mundo da por ciertas,
sus pequeños milagros asombrosos
y sus grandiosas esperanzas muertas.

Nadie coge a los buenos mentirosos
ni los cojos tropiezan con la suerte.
El futuro no surge de los posos

del café que se apura negro y fuerte,
sino del punto álgido del sueño,
el que entra en contacto con la muerte.

La soledad, en sí, no tiene dueño,
es libre como el viento que se abate
sobre la tierra con cerril empeño,

libre de helar el alma, que no late,
y el corazón que por amor palpita
sin hacer distinción en su combate

entre la voz que canta y la que grita,
con el mismo celoso aturdimiento
y la misma ansiedad jamás descrita.

Estar solo es quedarse sin aliento,
ser un ser a la altura de otro mundo,
respirar a traición, vivir del cuento,

soñar un río gris poco profundo,
una mañana decidida en sombra,
otra noche que pasa en un segundo

porque la mete el sol bajo la alfombra.
En soledad hasta la luz parece
apagarse en la boca que la nombra.

Cuando el día lo pierde todo al trece
y el aire aviva su mitad oscura,
la soledad bosteza y se adormece
sola como una monja de clausura.

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