Su manera exquisita de prestarse al llanto.
Parece que va a llorar
como quien llueve.
Hay que ser muy curiosa para llevar una
pulsera así en torno a algo, al talle (el tallo) (el árbol)
como una nube suya y solamente.
Tiene esa frescura de la premonición que se
roba en las farmacias nada más.
Procede de una lágrima, es agua bendita. En
el templo bajo el sol hubo una manifestación divina
en forma de milagro. Ese día (se rectifica el
evangelio) llovía un poco.
Los profetas que se no se ponen de acuerdo y
maldicen su fortuna escasa, se ven espesos,
predicen por no decir (que es aún peor).
Bien estaba el enfermo en su silla plegable
sentado a la puerta de la casa justo antes del desahucio.
No caía, en aquel momento, agua alguna ni
ascendía blasfemia a las alturas en justa correspondencia.
El sacerdote interrumpió su catecismo y se
quedó mirando a la mujer,
el perro interrumpió su catecismo y se quedó
mirando a la mujer,
el chico interrumpió su bocadillo y se quedó
mirando a las musarañas.
Ella impuso su mano coral sobre el enfermo
que sufría en silencio y lo sanó.
Pero no pudo ser. No fue así.
Ella impuso su mano sobre el enfermo y
sonrió.
Algo se contaba de una sonrisa curativa.
Aunque lo que realmente curaba era su voz brillante
que pasaba por encima de homilías y sermones.
Por encima de la hechicería y el trance dramático.
Ante las oraciones sin mesura.
Ante los ojos de cualquier clase de ser
imposible.
Prístina. Ella irreductible con su belleza
maníaca. Una localizada bienaventuranza, conocida y natural.
Con una lágrima semejante a un cuerpo, era la
persona indicada y capaz.
No lloraba de alegría.
Era un lloriqueo infantil, suave y potente.
La humedad ambiental. Superheroína vestida
de negro: ¡bah! Jamás con zapatos de tacón alto,
ni guantes. El collar en torno al cuello como
la silueta de una sombra, separándose en el aire.
Purísima. Tiene la primorosa enunciación,
cultiva un ademán probablemente único
como una curva metálica.
En sus materiales hay una maravilla en cada
uno que viene de quién sabe, pero encanta;
sus manos retransmiten una fantasía
agotadora. La magia obtuvo su patada por respuesta,
su escepticismo. Por fin, fue dominando
nubes. Al fin, tuvo lugar un hecho relevante: la estatua
no derramó gotas de sangre, fue la mañana
misma la que brindó su angustia,
como quien arde en un infierno abarrotado.
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