sábado, 20 de febrero de 2021

a.k.a. destiny®

 

Di su nombre,
aunque no lo recuerdes; aunque no lo conozcas,
dilo igualmente,
mentalmente, aunque sea difícil y sea
largo como una secuencia de ADN (puede ponerse en verso).
 
Astronautas trazarán el límite del cielo, hablarán con el Ser
como ha de ser, la sangre que recorre el cosmos, la intención molecular y sus épicas
mutaciones; sostendrán sobre sus hombros la fe de la galaxia, y su organización
regirá la constancia de la vida.
 
Destiny® nos oculta
su nombre (#say her name); oh, podría matarnos, podría quemar nuestras manos alzadas, nuestros
corazones podrían calcinarse en el acto. Deletreamos un espacio entre dos
insolaciones, dos consecuencias sin causa probable, nos pasamos la vida de los otros
balbuceando un dialecto extranjero, su pleonasmo celeste, tan alienígena
e inspirador.
 
Reconocemos su pequeño argot, su estridente apelativo, el mote
ensangrentado, el alias deprimente: oh, es extraordinario. Viene dispuesto en un pasaje
bíblico, sale en un poema de Emily D. y en alguna serie de televisión.
 
Podríamos citar a los profetas, podríamos
citarnos. Desempolvar el piano y tocar para nadie, llamar por videoconferencia a Yuja Wang y sonreír alelados,
consultar en google la robótica de la fonética
correcta. Incluirnos en la lista lamentable de las lamentaciones.
 
Por ahora, nos basta con el algoritmo del silencio y un pedazo de ternura,
nos basta con el Arte que se las ingenia, la nota bene del demiurgo,
el santo y seña indestructible que encenderá la luz de la mañana cuando no quede nadie.



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