lunes, 22 de febrero de 2021

un estallido de necesidad

 

Alma, cuando se abre paso la razón entre la niebla subatómica de la conjetura,
pasa a la acción, la mano se mueve, el brazo, los ojos lanzan
indirectas. Esta comprometida, extraña imaginación que rodea el azul de las palabras no pronunciadas,
se sobrentiende como un lenguaje iniciático (je ne se quoi).
 
Para terminar en la ciudad y sus arrabales
cósmicos, sus casas mancilladas por un millón de auroras invernales; esta lluvia que cala
el pensamiento, tan divertida de ver. Cae. Está en los niños y sus cabellos
mojados, en la soledad de aquel anciano apoyado en la pared, pintado en la pared.
 
Los viejos han formado un escuadrón de huesos, una familia
de verrugas, un lío de pieles arrugadas. Hay un manantial de artrosis y misterio, un bombardeo de espíritus
libres arrasa el extrarradio; los versos curvan la realidad con su núcleo masivo, su beso
espontáneo entre las nubes, su nombre
verdadero crecido al abrigo del sueño.
 
El poema se cuece en las cavernas infernales, bucea
y sacrifica su cuerpo, es el caldo primordial que pertenece a la clase, permanece
escondido bajo un árbol gigante.
 
Pasa el tren y el hayedo que ha sido derribado, las hojas han quemado su artificio, la hierba. Siempre
oculta su color, siempre está fuera como un satélite, fuera como otro amor. El alma
resultaba tan pesada, un peso muerto. Sabed, gente que habla
con los muertos: la razón se abre paso y explota en la conciencia (un estallido de necesidad).
 
Están los científicos (desaparecidos); por las aceras
la música reverdece, interpreta a capella un incendio controlado. Arde la fuente,
arde el monte allí donde no hay espacio y la madera es fiel, divina piel, lengua de fuego,
allí donde la luz muerde como un espejo reventado.



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