lunes, 8 de febrero de 2021

este océano en calma

 

La paloma de la paz
sobrevuela trincheras
abandonadas al tiempo, inundadas de lágrimas. Hay un mar que se esconde y retrocede,
un océano en calma. El Mundo yace. En calma.
 
Llueven piedras del día, la arena es demasiado brillante; por el subterráneo
resuenan los motores, las obras que se hacen, la construcción de un beso. Andamios generales,
cuestiones irresolubles como obras a medio hacer, zanjas no zanjadas,
zarandajas. Sobre todo, la norma, la lengua que se arrastra, que significa
tierra en vez de hogar.
 
Solíamos vislumbrar la longitud del milagro (querríamos decir), medíamos un metro cuadrado de libertad,
kilómetros de alto, pasaban los aviones a nuestra altura milagrosa, qué deprisa. Masticar
una cucharada de nube, gandulear con la tormenta. Nuestros ojos
miraban más allá del relámpago, cara a cara con el átomo y su ascética rutina.
 
Encontramos oro en el cajón de mamá y fuimos
corriendo al perista más cercano. Había música dentro de cada pequeño
estrato de barro condensado, una melodía intrascendente, una hexagonía edificante.
 
Estamos acondicionando el futuro (pensando en el futuro), ponemos suelos de madera oscura, grifería
dorada, papel pintado (un espacio entre Hopper y Basquiat), lámparas de época. La guerra
siempre vuelve por la puerta de atrás;
hacemos las maletas en silencio.
 
Este cielo metálico y abandonado, cruzado por estelas meteóricas,
surcado por el eco de una voz abatida. Este cielo de color violeta, estas violetas de color morado, este cielo
amoratado como un ojo, estos ojos que miden el océano
y sepultan la piedad del mundo.



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