viernes, 28 de junio de 2013

el tatuaje


Entonces el poeta cogió y se hizo un tatuaje...
(bueno, no es que fuera un poeta argentino,
pero diremos que...).

Entonces el poeta fue y se hizo un tatuaje en el brazo derecho
casi a la altura del hombro. Como no sabía que figura elegir
eligió sin motivo alguno y se tatuó
un Pegaso de la hostia, un caballo alado con cara de pocos amigos;
nada de mariconadas poéticas, se acabó el "amor de madre",
los ideogramas que vaya usted a saber lo que significan,
las formas geométricas dispares,
un puto caballo de la hostia para arriba y nunca mejor dicho
que parecía que iba a salirle volando del brazo derecho,
que parecía despegar hacia un cielo poblado de unicornios
y aves de rapiña del tamaño de vacas lecheras.

Casi ni le dolió, solo un poco en el hombro que ahí pica
la máquina porque toca hueso o por lo que sea;
tres cuartos de hora, un suplicio controlado,
cómodo.

Se le había ocurrido que un tatuaje era como algo poético que hacer,
tan poético como escribir una oda, mejor dicho, como inventarse
un hatajo de versos sin medida, discutibles versos,
abominables sin duda. Un tatuaje tenía
vida interior, algo de inercia,
tal vez algún principio de incertidumbre.

Ah, y resultaba tan poco maternal, tan atractivo y canalla,
tan rupturista de la imagen del tonto del bote
pegado a su asiento del café. Otro Ray Lóriga de la órdiga (con perdón),
del copón, vaya que sí. Tatuado hasta las cejas en plan maorí,
tatuado hasta el hazmerreír, muy tribal.

Helen vio el tatoo y se quedó de piedra. Bien, es que era una Helen de piedra
como una estatua inmóvil y todo y, claro, no veía muy bien. Hasta podría decirse
que es que no estaba por allí, no pasaba por allí camino
de otra parte. Así que no soltó sus agudezas tan punzantes
ni puso su pica en Flandes (que no es el vecino de Homer Simpson).

Helen no existía con su cabellera tan perfecta. El poeta se había resistido
a conocerla pero... las cosas ocurren sin mayor propósito, acontecen
y pasan. Pasas una página del periódico y ahí está la foto imponente
de una nueva promesa editorial, aguda y libre. Así es como sucedió.

Entonces el poeta fue y se hizo un tatuaje,
un Pegaso de la hostia,
por un motivo u otro...

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