viernes, 7 de junio de 2013

extranjera


En ese cuerpo diferente, tanto como incorpóreo, pero no muerto,
¡vivo!, intransigentemente vivo desde la pequeña uña pintada de malva
hasta el estrépito de las pestañas aceleradas por el rostro de la luz,
ceñido por la seda cruda y salvaje como una joya de sincero lustre.

Extranjera de su cuerpo vencido al sol, enamorado de un secreto
que tampoco conocen los espejos reñidos con la magia.
Acerca de sus ojos, más que estanques, se prodigan los poetas,
más que pozos azules de insondable aspecto, negros a su favor,
la figura felina agazapada en la sombra, por no poner tan fina, ágil
sin desmerecerse, ágil hasta la concreción de su expresa soltura.

Encaramada a un árbol sin salir de casa, a un árbol cualquiera -no al ciprés-
con arañazos en las rodillas de leal curvatura, a punto de desprenderse
las postillas que amenazan la belleza incorrupta de las benditas piernas.
Un jersey sucio de tierra y verdín, es decir, limpio hacia el hielo antártico,
glauco y transparente a su irisado modo, siempre llamativo y celeste.

Ella la modelo de nadie, Venus desolada, comportándose bien,
manifestando una conducta nada ilícita, con un propósito poco decente
para las comadres permanentemente asidas a sus estrechos balcones,
con una misión en este mundo desarrollada a golpe de tacón de aguja,
o a pie descalzo, minucioso y feliz como pueda serlo una paloma blanca.

Entre bastidores, la especular silueta, labios sobresalientes,
pechos de vertical ternura, los agónicos muslos titulándose rápidas columnas,
los brazos expandiendo su ramal hermosura, ¡oh! y su vernal franqueza,
libres con la intensidad del humo sus manos reflexivas que ajustan y señalan
o aplauden la representación de la belleza contenida en una rosa marchita.

En ese cuerpo de estructura nívea, tan parecido al sexo y, sin embargo,
diferente tanto como incorpóreo, pero vivo, ella, determinada y sola,
íntima ella en el gesto fugaz que acompaña su recreo nocturno,
su reconocimiento de un lugar abandonado por los viejos canallas.

Ella con sus presentimientos, o bailando en la luna que refleja la lluvia
como si fuera un rostro bañado en lágrimas, la serena faz del orbe
derramando un caritativo silencio para lavar de mugre las avenidas del aire,
silencio para ver el amor flotando inerme, fiel a su naturaleza,
en las profundidades de una mente desvalida.





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