miércoles, 26 de junio de 2013

walseriana

Tú no quieres escribir..., lo que quieres es que te amen.
                                                           "El señor Fox", Helen Oyeyemi


Tú no quieres escribir..., lo que quieres es que te amen,
dijo Helen con el pensamiento a flor de piel
y aquello en la punta de la lengua, aquello que acababa de decir.
Y el poeta se escondió de su mirada o miró para otra parte
como, por otra parte, siempre solía hacer cuando miraba.

                        El juego sepultaba sus fichas de dominó
que caían y rebotaban unas sobre otras;
ridículo, lo era. Que le hubieran captado con esa instantánea
demoledora de su pequeño acento
su diminuta escalera de color
que no valía, en realidad, el potosí que aparentaba.

            Superada la edad del romanticismo,
la edad adulta y misericordiosa a la que consiguieron fenecer
Keats y Shelley, Byron (todos menos el aguafiestas de Coleridge),
¿quién quiere ser poeta a los cincuenta?
más aún, ¿quién puede ser poeta sin haber pisado
siquiera las calles interesantes de la ciudad eterna? (sea cual sea esa ciudad).

Helen, que lo sabe todo, acierta en su diagnóstico.
Y el poeta recula y se rebuzna al oído (tal que para inspirarse).
Lo que quieres es que te amen. ¡Por dios!, ¡qué vulgaridad
extremadamente poco parisiense!
Nivel de ocurrencia cero, la antipintada.
Y es que la verdad no es tan revolucionaria a veces, ni tan liberadora,
a veces, apesta.

Y todo
por ese walserianismo tan cauto
que es como si le hubiesen contagiado la gripe aviar
que no hay enfermedad más eficiente:
            ese afán benefactor,
            esa pirueta ingenua.

Alguien sin suerte que, además, no quiere escribir. Ni sabe.
Un tipo que pretende desmayos a su paso
y logra
risitas descarriadas e incultas. El poeta de marras.

Así que la réplica llegó como desde un estómago vacío,
de algún espacio interior preexistente:
¡Oh, Helen, y que le voy a hacer si amo el amor!


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