Siempre los mismos ojos.
Existen
unos ojos penetrantes que pueden ver el alma
de los
hombres, orgullosos propietarios de una mirada femenina y honesta
que
interpela directamente a la sangre,
dialoga
con la máxima emoción.
Reales mensajeros
de la hermosura perfecta,
ojos activos, viscerales, vivos en la penumbra, ojos que forman la felicidad
de un
gesto y comunican la única intención de la belleza.
Ni la ocurrencia
frívola de un romántico empedernido,
ni la broma
inocua del orate que ha perdido el sentido del ridículo:
una
realidad sin fracturas,
desarrollada,
excelente y maravillosa en su oportunidad y sus matices;
es la
mirada (de otro mundo)
expresiva
y dulce de los ángeles caídos en desgracia,
son
ojos de leyenda,
vagabundos
estelares, seres nítidos procedentes de un cielo absoluto,
encarnaciones
de virtud y estado, balsas pacíficas...
Se
trata de un extraño don, tan físico como incendiario
(sensorial talento innato,
tal vez
séptimo sentido más allá de la exitosa intuición),
que
infunde a las rosas elegidas la energía suficiente
para proyectar
su clara imagen vital
entre los
recovecos y las reconditeces más inexpugnables del ser,
allí
donde residen las ideas incontaminadas por el instinto o la razón pura,
imagen
que consigue desvelar los sentimientos en sus distintas y delicadas capas
despejando
incógnitas y recuperando certezas escondidas bajo el peso del tiempo.
Frente
a la vulgar mirada que atiende con general torpeza a la materia
y en no
pocas ocasiones tiende con descaro a la expresa maldad,
siempre
los mismos ojos a través de los siglos, dúctiles ojos sensibles al amor.
Simplemente,
sensibles al amor. Los ojos de la esclava humillada por muchos
que
descubren un fulgor de compasión en el rostro culpable de su dueño atormentado,
los
otros de la reina que sufre por la injusticia que afecta a su más humilde
súbdito.
Ojos
que proceden con tacto, auscultan, recomponen,
cuidan
y miran sin codicia, con ternura, con la sincera dilección que es anterior al deseo
y no
depende de un aspecto determinado, la serena franqueza
que se
mide por lágrimas y permite contemplar la esencia del espíritu.
Existen
unos ojos tan vivaces que pueden leer en el corazón de los hombres
el
poema más largo de la historia y el mejor escrito con una sola palabra.
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