AZ está en casa y aunque nadie la vea sigue
siendo hermosa como un pequeño barco de vela.
Fuma. Está fumando porque es joven. En la
televisión un maratón de dibujos animados, el Pato Lucas
cabreado, Bugs por ahí también. Azealia ha
dejado en la mesilla la novela de Walter Mosley
justo cuando Mouse estaba punto de cometer
una de sus sangrientas equivocaciones (un buen momento).
Afuera el barrio bulle y rebulle de
vida,
todo muy sespiriano, destacado. Digamos que
el calor no tiene la culpa.
Hace calor. La música ha desparecido del mapa
pero claro que no (se nota), nunca lo hace.
Ahora está sonando un rap poco elitista, apaleado,
el aleluya de los perdedores más recalcitrantes.
Abajo, en el parque, se produce la enésima
acometida de la sangre. No son bandas,
solo muchachos que buscan una excusa para
pasar la tarde.
Un perro que afronta la pesadilla del tiempo
con resignación y cierta hombría de bien: mejor imposible.
Está el tiempo que ha decidido quedarse.
Vino para quedarse en algún instante lejano
cuando aún no tenía detractores,
el mesías era un ser de otro mundo
y dios se zampaba piruletas como un niño
malcriado
(con la diferencia de que a éste nadie se las
compraba, las creaba él mismo).
Luego dios pensó en los monasterios y empezó
a creer en sí. Los hombres, por aquel entonces, eran negros
y el racismo no tenía pretendientes, era pura
ideología celestial. Así que llegaron los hielos
y el hacedor se constipó y dejó de interesarse.
Más o menos.
Y hasta aquí la Historia. AZ no termina de
pensárselo. Está imaginando un blues con rimas aterciopeladas
mientras se pinta las uñas de los pies de
color manzana (un color inteligente). A tres manzanas de allí,
las chicas pedalean y muestran algunos
tatuajes. Y todos fuman como si fuera el último día de sus vidas.
Hay un muchacho con sobrepeso que anuncia su
mercancía en absoluto silencio.
El trasiego permanente pertenece a la
cotidianeidad y sus monolitos, como los santos de la isla de Pascua,
que no están ni bien ni mal, pero aguantan el
tipo y se comportan.
En el comportamiento está la salvación.
Ya no suena Dre, ya no suena Snoop, ya no
suena Nas. Suenan otros con sus muletillas.
La lluvia no se aprecia porque siempre está
lloviendo bajo el sol.
Esta lluvia es un escándalo, no deja salir de
casa. AZ en el sofá templando su corona, la sortija fatal
que no se pone, la pulsera de brillantes que
es tan cara y azul.
Porky se despide algo abochornado.
Hay una terminación, un acabose que insta e
inspira y guarda relación con un despido colectivo,
un movimiento de tierras, un desprendimiento
estudiado. Da pena terminar así.
Y ahora la radio se enciende y mastica una
propuesta.
El órgano que avanza a lo John Legend sin The
Roots. Una base que fascina por su fragilidad de uso,
tan útil y, sin embargo, tan espesa. Cuando
llega la voz, cuántos la esperan, cualquiera está cantando
y su manera es la del vértigo, su acento, el
de la fuerza, su piel, la de dios antes del génesis.
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