Nada mejor que verla de mañana,
nueva para el reloj, recién nacida,
tan cerca del secreto de la vida,
tan física, tan fieramente humana.
(anónimo del siglo XXVIII)
Y, ¿cuando no haya baile?. Sus zapatos
arlequinados, que se marean un poco (¿adónde
han ido?), ¿qué harán?
Hay un camino largo y especial que no conduce
a las ciudades, que parte de la gran ciudad y no se acaba,
llega hasta el suburbio y no se acaba, se
retuerce cerca del vertedero
y no se acaba jamás.
Lo recorren todos los días un pelotón de
niños sin mochila, sin balón. Niños que hacen el chorra
y se pelean, vivos todavía. Juegan las niñas,
y una de ellas llegará a salir a flote,
tal vez se haga cantante cuando le cambie la
voz.
Janelle, si baila, monopoliza la hermosura.
En cada parque del mapa un modelo completo
dignifica el ambiente con sus actualizaciones
y su mejor sonrisa de cristal. Pueden llamarla Cindi
o Rebeca, también por otro nombre realmente
palaciego que no sea Carolina.
En este momento ha empezado a moverse, tan
resuelta, impecable; un paso que se multiplica por mil
y son dos pasos, suficiente para crear
escuela. No es ejemplo de perdición aunque muestre su anhelo,
su contrariado afecto. La luna del espejo
metaboliza la imagen radiante, borrosa de su cuerpo en llamas
y retorna una silueta comprensible a ojos del
público cortés. Las madres se empecinan
y alguna de ellas
tal vez vea crecer un rayo en sus entrañas.
También hay hombres, claro que se mueren por
una resistencia, un trabajo de acero;
hombres que manejan con solemnidad sus
automóviles para el desguace
o consiguen gangas para matar el tiempo.
Hombres que no quieren a Janelle y la desean
porque es perfecta y come como un pajarillo,
tira como una locomotora de vapor.
En este parque, Cindi abre los ojos y se
mueve hacia la izquierda (un movimiento anárquico).
Inicia un baile que reposa en la nube más
cercana y tiene sus ribetes de danza de la lluvia,
otro espectáculo de las caravanas. Digamos
que la hierba es el material
del que están construidos los sueños de la
gente. La gente que sueña con grandes praderas es normal.
Cuando baila, Janelle se llama así. Sus
caderas oscurecen el cielo y su pelo roba luces al ocaso.
Entresemana toda la vida es prolegómeno, no
se divisa, es un estadio que se anula.
Fatalmente, pasan los días como radios y en
la radio siempre está sonando un presidente muerto.
¡Ah!, pero el sábado. Los sábados tiene que
llover y no lo hace, tienen que llorar y no derraman
una sola lágrima. El sábado pasado, Janelle
tuvo una fiesta en el salón y cantó una balada
sin título acompañada al piano por un duende.
Hubo baile y sus zapatos contaban con los
dedos las baldosas, hacían eses sin explicación.
Ahora, el viento cae por el balcón abierto.
Los niños vuelven a la carga.
Pero el silencio tiene nombre de mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario