domingo, 1 de junio de 2014

el corazón de claire


El corazón de Claire yace enterrado en un helado de nata. Claire finge un corazón
de oro que late envuelto en láminas flexibles y no rígido ni muerto. Su corazón es el de un jilguero
bajo la lluvia, mudo un momento, condensando su fuerza, acumulando el trino
hasta la victoria. Las banderas flamean redundantes y el latido ensucia un mundo que agota el silencio.
El latido nace al pálpito y sufre su propia estupefacción de estarse vivo, de vivir otra vez
en silencio, esperando el zumbido de un gorrión, su canto erróneo, su gorjeo (cántico) espiritual,
engorrosa anomalía. El gorrión se posa cerca del cabello platinado de Claire y ella sonríe para él
como sin ganas de ser guapa, solo en el anhelo de ser ella, la muchacha querida, nuestra hija,
hija de algún pastor obediente, la hija de algún dios mortal sediento de melancolía.

Claire es un principio que ha de ser respetado por las nubes que no pueden caer ni romperse a llover
de pronto, sin miramientos. Hay un principio no teórico que expresa la convicción, la confianza
en el azar sin mácula de los astros, la ilusión de las estrellas. Tendrán su corazón, mañana tendrán
un corazón en llamas y llevarán puesto el sombrero al entrar en el templo, las mujeres esconderán
su cabello y el corazón (ardiente) será un cabello largo y brillante, un destello de infinitud y arrojo.

Todos los muchachos vendrán a recordar este rostro suyo que se parece a un alma,
este corazón sin venas,
esta sangre sin escamas
ni color.

Acordaremos la lluvia de aquella noche y será como un diluvio organizado, un recuerdo flagrante,
una evidencia. Nos acordamos. Ha de repetirse el mantra la clase de metáfora que enloquece
en los labios, pica en los ojos, gas mostaza en la hamburguesa poco hecha del amor.

El corazón de Claire es un gigante que derriba columnas a gran distancia. El corazón que vibra y es
bastante, que produce una fama de devorador de hombres, su fama de inocente. También se posará
un jilguero en la rama al lado del espíritu y aleteando-aleteando ya no habrá más sangre.

La sangre es una bendición, un terreno que explorar en solitario, un yermo sin árboles,
lleno de rosas, sin embargo. Rosas para la diadema de Claire que lleva un aire de ninfa y una túnica
color hierba con ribetes dorados como la luz que escapa de la lluvia clara, burla el filtro
musical del viento.

La sombra tiene que decir su nombre. No es prudente que ella sea quien hable, quien estime,
quien revuelva en el tiempo para ver. La sombra puede aparecer al frente de una condición secreta,
puede seguir las huellas del pasado sin retener el resplandor de la tormenta. Y cuando fluya la sangre,
¿qué se hará de ella? ¿Dónde reirán sus pies heridos?, su cabello, ¿dónde sanará? El futuro es un arma
blanca como el pecho de una flor, incuba un estallido. El dolor está en el aire, pero el aire no hace daño,
solo hay que sentirlo. El pecho de Claire, su respiración, es su presencia. Su pecho es el presagio,
la constatación del arte que se anuncia por los caminos helados y arraiga en la montaña.

Todos los hombres. Y el beso flotará ajeno a las miradas; su beso será un reino con su nombre
y hallará por fin los labios del destino, y al calor de la gloria cancelará los mitos
sobre la resurrección de la belleza, acabará con la nostalgia del amor inconfesable
y cerrará sus puertas al poema más noble jamás desaprendido.




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