domingo, 29 de junio de 2014

la inmaculada concepción del verso


Hay una mancha en el abecedario.
Una espantosa flor. Están la P, la Q manchadas de grasa como la hoja de papel
de periódico que envuelve el bocadillo: un rato a la sombra.
Es una mancha estratégica. Poética.

Se dividen las letras en razón a su esplendor. El poeta tiene un modo de creer.
Su manera de estar enamorado. Hay una mancha estricta en su carrera, un borrón en la historia.
Es necesaria una pizca de culpa, una pizca gigante de dolor, un roto en el costado,
un descosido enorme y antiético.

La primera letra fue cualquiera. Era Mayúscula y encabezaba una patrulla cósmica; su misión:
salvar la tierra con sus moscas y su reja panorámica y global.
Es preciso un fulgor inoperante, tan oscuro. Para esparcir la claridad del pensamiento,
su llama viva, hace falta una muerte controlada, una renuncia curtida en el exceso y la ausencia
(que viene a ser un mismo patrón).

Su letra musical decía un rápido fraseo, una guitarra al estilo del sur, el frente amplio de las artes.
Ahora el silencio se condensa en un cubito de hielo
que hace ¡plop! al ensuciarse. He ahí el ruido total de la galaxia, la suma
de las supernovas. Pues el poeta se debe al éxito y es la gente que lo rechaza y lo abuchea
la equivocada, siempre.

Vamos a manipular el arte a quitarle una letra íntima, a sonsacarle la verdad.
Veremos un fácil interrogatorio, sin violencia apenas. ¿Quién? ¿Dónde? Y, sobre todo, ¿por qué?

La bestia está cansada de perseguir bellezas inconscientes. Quiere su dominio.
Quiere un traje de los domingos y un misal, quiere tatuarse en los dedos de las manos Love&Hate,
un sombrero guapo para hacerse la interesante.

Esta mancha no se va. Se extiende perdurable, existencial por la inmensidad del plano,
contamina los ríos caudalosos y los manantiales, arruina lagunas vírgenes. Es un cuadro abstracto
colgado en la salita del pastor de almas. Un desgarro en la urdimbre constante del sistema.



















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