miércoles, 23 de julio de 2014

una teoría ful de la belleza




La belleza es perfecta. Es una sugerencia en trámite. Lo saben los espejos, por más rotos.
La belleza es redonda. Lo saben los espejos donde se mira el mundo. Estamos gesticulando para el bien.
Hay quien gesticula y redondea para el bien, quien golpea con delicadeza el objetivo y sale hermosa.
Se trata de una bella ciencia. Hay un candor que es endiosamiento, si existiera un dios.
Dios es frontal. E imperfecto. Si fuera tan perfecto no existiría. Se habría conformado por egoísmo
con la suprema perfección de la nada. Diremos de la excelente disposición del vacío al exacto
cometido, al trámite corriente pero menos, inoportuno, indigesto. El vacío es exactamente bello, pero
tiene que trabajar de vez en cuando. Es creativo. Debe fluctuar de ciento en viento. Y así sale borroso
en la fotografía, su instantánea es errónea y no muy feliz comparada con la de la belleza en sí.
Esto hay que decirlo, el silencio no está mal aunque no alcanza la variedad ni la elegancia de la voz ahogada.
No es sencillo. Hay que concentrarse en los elementos, mirar el argumento con lupa, quizás gesticular
de modo aparatoso, con ademanes grandilocuentes y excesivos. Es lo aconsejable.

(Tanta maraña para decir que ella es hermosa o bella, sincera y metafóricamente.)

Ella es bonita. No perfecta. Su imperfección está relacionada con su voluntad de ocupación sistemática
del espacio y sus otras propiedades atómicas o moleculares; el colorido también y la ley de la gravedad.
Por los pasillos de dondequiera que sea que vaya se eleva un griterío musical,
un trabalenguas enigmático y lo suficientemente difuso para ser tratado (y oído) como una enfermedad acústica.

Ahora los planes del futuro para el porvenir, sin oráculo cinéfilo ni médium de confianza,
sin la consabida tirada de huesos de pequeño animal, sin contemplaciones de posos repugnantes de café,
té o manzanilla de hierbas con su aroma en sazón (y con razón). Basta ya de corazón. El corazón a la basura,
a la papelera, como si de un poema se tratase escrito sin penuria, con bastanteo, con edulcorada afectación.

Si ella fuera extraordinaria... Lo es. Su figura es un sólido de mil esferas, su sombra tiene partes refulgentes, incluso. Abundaremos en la sombra que le pertenece y es draculiana en un sentido estricto y poco mímico.
La tranquilidad con que la luz descongestiona los alrededores de esta persona es singular y apetecible
como mínimo; cómo disuelve las concentraciones luminosas no autorizadas con ese chorro de agua pesada,
con el uso indispensable de las tinieblas reglamentarias y otros medios que son fines en sí mismos.

Claro que podría exponerse la teoría de que la belleza es muy natural y animal, si cabe.
Es una deducción interesada, un razonamiento pueril, pero tiene su intensidad y su motivo estético.
Ah, donde no se existe no hay trauma ni imperfección, error ni fallo. Siempre encontrando defectos, nada sin tacha.
La inmaculada concepción del verbo amar tampoco es un pilar definitivo del lenguaje. Diremos que flaquea
y se ensancha, tiene tendencia obscena a la obesidad mórbida de significado. Y es proclive a la nostalgia.
En el verbo, que así es la poesía, no hay belleza independiente. El verbo y el verso se deben a la materia
aun a la materia de los sueños. No habrá plenitud en la representación si no la hubiere en el modelo. Y el modelo
se idealiza a conveniencia, se transforma y se trastorna, se deifica con fines espurios de placer y soberbia.
Contrarios al fondo y la esencia.

Ella incontaminada, de una esbeltez apócrifa. Su aliento, tan bello cuando no hay cristal, fuera del cuerpo,
intercediendo o incrustado en el primer espíritu. Dicho de otra manera, el soplo es vida porque no se ve.
Su hermosura se debe a una omisión principal; algo se ha olvidado, y es hermoso en tanto no puede concretarse.
Inmune a la crítica, el olvido es el mejor final. En el olvido, ella no está. Acabáramos.






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