Trascender es la proposición. Dura es la vida. Interesa
seguir la senda, todo recto: pues para no perderse.
Hay una vida recta y un estremecimiento que sacude los
miembros adictos a la música real.
Pesa la cadena al cuello, que es de oro y simboliza un
pacto familiar. La gorra quita el frío, evita el sol,
forma una palabra con la frente, suma desorbitada y
líquida. Este es el salto que debe producirse
y pronunciarse, hacia arriba o hacia abajo, qué más da si
lo importante es el aire que transmite un juego
vocal, una sensación térmica de desamparo y sencillo
virtuosismo.
Este artista trasciende. Ha monopolizado la estructura
creativa con su carisma hipnótico. Pero la chica es mejor.
Mueve un hilo y mueve los hilos, marionetas a bailar,
dancing pequeños humanoides líricos, a rastras
por el piso pisoteado, por la tierra quemada. Los
incendios sirven para esconder la llama, no todo el tiempo,
no para siempre. El artista facilita las cosas con una
actitud convencional, mas convincente.
Lleva gafas negras y no ve los colores de la noche que se
propulsan a través de la neblina. Su acento
recuerda al de los muchachos del barrio, pero sin el
barrio, sin la marca de la bestia entre los ojos.
Para variar, la chica es una bomba, un volcán pacífico
casi en erupción, casi flamígera, casi.
No busca cariño ni miradas tiernas; quiere vacío, un
trozo bien cortado al vacío de eternidad y nada.
Está pidiendo algo de cielo en la cola de la pescadería o
en el despacho del hambre para mañana. Algo de sol,
de tener que calarse la gorra y ya no ver. En esta música
están los beats desenfrenados de la mafia, la mara,
la basca que produce y copa el mercado con ventas a la
baja, está el acento de una princesa legal.
Aquí el artista va de traje y se compone la silueta, la
nariz se la compone y se analiza antes de entrar
en danza. Contribuye a la desmoralización colectiva con
una entrada en la vorágine demasiado entusiasta
para servir de poco. El público cocea y se tranquiliza
apenas, vocea y pronostica una deflagración tras otra,
explosiones de contento y es la vida que se menea a todo
trapo que parece un expreso abarrotado.
Por eso de que hay que coger el tren siempre, aunque no
lo sepas, aunque nunca pase por aquí.
Vamos con ella que está en la esquina, anda detrás de una
intención. Ya tiene el flow, ya tiene el swing,
tiene los párpados en pie de guerra, el pelo negro hecho
un teatro de luz, las manos que se inclinan por el sereno
arte de la ondulación. La voz en la garganta, no en el
pecho, en el pecho solo un secreto antes del alma,
partido por la mitad, medio secreto de la vida en un
sentido amplio. Este alma no sabe cantar, es su herejía,
su cartel melancólico, su aguja en el surco que suena un
rato a ZZ Top y después parece evaporarse en el soul.
El plan era afinar y luego abrirse. Carcajearse y
descargar adrenalina por las fosas nasales. Trascender
era el estigma, el enigma, la proposición deshonesta. Las palabras debían organizarse en valses
y aducir un nuevo tratado. Sobre la libertad de
asociación semántica habría mucho que decir. Es natural
ser libre y conducirse con solemnidad, y comportarse
delante de los catedráticos con seriedad y esnobismo.
Y lo trajo el príncipe, su comportamiento, pero ella no
tenía ganas de aprenderse el protocolo. Ella en la corte
variaba de corte de pelo y se prendía un joint en el
laberinto, sin la gorra ni las gafas de sol, sola con sus fans
y sus fantasmas. El tema colosal abarcaba el radio de un
disco de vinilo y contenía un sample infinito,
pegadizo, que te atenazaba los oídos e iba desmontando
huesecillos con repentina entrega.
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