A la
entrada del gueto el silencio es infernal, se intensifica.
Pocos
se aventuran.
La
sombra engulle los murales, hace inútil el esfuerzo del crepúsculo.
Ahora
es de noche y basta. El silencio no entiende de horas punta. El menudeo hace
aflorar
un
capital oculto que tributa a tipos siniestros. Ahora está oscuro y los coches
se alargan,
no
se detienen del todo.
El
tiempo, más que pasar, cae como un demonio cualquiera.
No
te aventures. A lo lejos la oscuridad cambia de bando. Se escucha algún
ladrido,
imagen
de la creación de empleo: hay que proteger el alma del negocio.
El
chanchullo se expande y experimenta revoluciones, pero es siempre como siempre.
Ahora
hay un demente con un machete en la puerta del club, lleva puesto un traje
deteriorado
de
color palmera: (al parecer) es el portero legal.
Los
niños han dejado el colegio
hecho
un desastre.
Mamá
no ha vuelto a casa y a los hermanos mayores más no se les puede pedir.
A
veces, un río canta su balada, un árbol se mece con el son; la realidad
acontece de modo permanente.
Suena
la armónica, es eléctrica, variable. Los cables aquí pinchan como
coronas,
chisporrotean
a través de regiones sin gancho.
No
hay parejas. La moda es un espejo y un punzón. La moda es acosar con un
martillo neumático,
divertirse
con una lanza térmica. A la luz de la luna florecen herramientas:
palancas
de un solo uso, llaves internacionales.
El
oro no vale nada. En la acera hay un presagio. Ahora alguien recita con buena
voz y encanto.
La
chica es un ciclón maravilloso que no ha crecido entre algodones.
Se
ha quitado los cascos y su afro resplandece hacia la gloria, su karma es un
pronóstico certero,
una discreta
dimensión invisible a los ojos del estado.
Ha
escrito el día en un segundo. Ha superado cinco años de trabajos forzados. Sin
padres.
Qué
suerte, el dinero mancha como petróleo.
El
segundo verso ha caído también, igual que un muerto. Aún no tiene forma.
Hace
un blues energético, suprime su primera ración de olvido, raspa como si se
enroscase trepador.
El
gueto te blasfema por la espalda.
Los
pobres intercambian sólidos generacionales, improvisan polvo y tal finura
convence.
Vámonos
a casa, dice el hombre sin techo, y entonces se pone a llover.
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