Vuelta
a la casa común, los pies descalzos, acto de voluntad
y
curvatura.
Decir
que el trabajo es pilar de la belleza, que no afea ni produce arrugas en el
alma.
La
dignidad es origen. El indigno es el otro, el patrón a quien nunca se ve,
el
hombre del sombrero de copa, la bestia que se corrompe entre los bastidores del
parqué,
canalla
triunfante recogida ante los altares.
Contra
el mal, la rosa entera, besos como rosas, labios en ascuas.
El
beso frente al cálculo, frente a la risa y el grito. Tras el espejo existe un
mundo sin horror
donde
la belleza es pura norma independiente.
Alguien
sacude la calma con una voz a martillazos dulces
que
dibuja figuras principales, casas de fieras, el cristal de un lago. Esta música
tiende al infinito,
a no
acabarse nunca, su línea debe prolongarse hasta la nada
y
seguir.
Estudiadas
formas de bailar. Ella lo hace de pensamiento. Ah, si pudierais verla,
el
vestido suelto por encima de las rodillas. El cabello cambiante, introvertido,
en
llamas como un sol de terciopelo negro. En los labios, la brasa, el rojo
despertar
de
un latido convulso. Tanta ingravidez en la cintura.
Pero
la voz no es diferente a un golpe de viento, no se parece a otro sonido real;
el
jilguero y su secreto cautivo tienen relevancia, similitud con este arte. La
verdadera fe
corresponde
a quienes han escuchado el canto, lo han sentido en su carne.
De
vuelta al techo común, hacia la soledad del árbol más joven, su trauma.
Luces
aéreas sobrecogen la tierra que se ahonda y se repliega tenazmente.
Ella
formula un deseo
y
una estrella se enciende fuera de sitio, lejos del mapa de los ángeles,
fuera
de sí.
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