miércoles, 25 de noviembre de 2020

alígero

 

Se superponen aquellas primeras sobredosis que apuntalaron el paisaje de la modernidad,
fosilizadas y todo, saltan a la vista,
intervienen en la gresca, despeinadas y todo, sacan un chorro de voz desde el ojo del puente,
suben al cielo como pajarillos grotescos.
 
Ah, la poesía es terca como un bisonte,
anda desaparecida también; se comenta que existen
diversos modos de contribuir a la mayoría de edad de la poesía, su inmadurez
reglamentaria; su 1ª virtud es la modestia, la segunda, el waltwithmaneo, esa capacidad sobrehumana
de estar en misa y repicando, y subir a grandes zancadas la podrida
escalera de la juventud.
 
Para nosotros, la levedad impone. Sus normas de comportamiento. Nos comportamos,
pues, como bisontes de estampida, monjes tibetanos en su monasterio,
especie de siluros, qualcosa. Nos comportamos como estereotipos sinuosos, nuestra obra se corrompe a pasos
agigantados, somos los gigantes de la corrupción, debilitamos
el mensaje mediante una sobredosis de mediocridad,
una ligereza inventada.
 
Nos inventamos Ángeles como personas físicas que pagan sus impuestos
y llevan a sus hijos al colegio. Nosotros, que paseamos por ahí como personas sin hijos, jorobados,
con esa joroba esencial, sin descendientes, dependientes de una sombra, una sonrisa
efímera, qué tortuoso simulacro.
 
Oh, empatizamos, procrastinamos con nuestra empatía, somos
dignos esclavos del silencio. Y nuestro verso se mueve en esa franja monótona del silencio
excesivo, exclusiva del trámite y la vocalización forzosa de las necesidades. Nuestro verbo quintacolumnista,
espontáneo como una salvajada, con su belleza mutilada y su preferencia por. La soledad
se reinventa, pasa una vez sola y otra acompañada, se superpone
y crea una suerte de movimiento en los labios, la súbita
apariencia, el eco inolvidable de otra voz.


persona física que paga sus impuestos

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