miércoles, 18 de noviembre de 2020

rentrée

 

Miras al cielo y está bien ordenado. Palomas
rápidas, nubes lentas. El bosque no es un bosque
todavía, le sobra territorio. Jordan lleva una flor en la boca, una sombra en los ojos, se nos ha hecho mayor.
 
Por el paseo burla el territorio, se introduce en una narración himenóptera
deudora de la imaginación más desbocada, su parte universal que le sale del alma para dentro,
algo fuera de serie, como una serie B de Netflix
(en la redacción está la penitencia).
 
Controladores aéreos en huelga de celo
han detectado un objeto sedicente (ohmygod!). Parece que la poesía estaba escrita,
se repite desde que el talento es el talento equivocado (¿desde cuándo?). Alguien escribió, sin saberlo,
el último primer verso de la historia, y era malo
con avaricia, pero pegaba bastante, pegadizo como una maldición.
 
Miras al suelo y se te va la cabeza, te da un vahído
especular: es que tienes la tensión alta y reparas en sucesos indecibles. Aceptas una retahíla
de hechos fiables que parecen dispuestos en tu contra: entras al bar, te sientas y pides una hamburguesa.
Y todo está desordenado a conciencia, la entropía te devora,
te conmueve con su egocentrismo y su facultad de obrar excepciones inútiles.
 
Jordan ha hecho su magnífica rentrée rodeada de abejas edificantes,
gotas de aceite, polen (íbamos a decir de hierba), los moscardones de siempre; versos.
Su cara ya refleja una pasada de tiempo, un tiempo ausente, anuncia una reaparición genealógica. La poesía
está toda vendida. Ah, el cielo es un actor de reparto,
un rectángulo tirado en el arcén de la carretera, lleno de barro:
llámalo piel.


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