viernes, 13 de noviembre de 2020

teoría de la imperfección

 

Está en la punta de la torre de la iglesia, el ápice del cristianismo,
encaramada como una cigüeña, un ave migratoria, una nube baja
retejida de niebla; vuela como un día de fiesta, pasa de largo.
 
Destiny® sale del Parque exhalando espíritu, ímpetu y desahogo. Busca un tesoro
oculto entre las ramas, enterrado por las hojas doradas del prefacio otoñal
(es un alma). Las almas tiritan ahora ante la indiferencia del tiempo, se diferencian de los cuerpos
en una o dos coordenadas, una o dos calamidades. Si buscara (en) la poesía de Emily,
tal vez. Si buscara un poema en concreto, escrito en concreto en un idioma
destinado al entendimiento. Si fuera en busca de una sola noche de penumbra, de un solo grado de fiebre,
un solo gramo de inocencia.
 
Una cigüeña puede significar
un cuento, puede que signifique algo más allá de la vida y la muerte, el nacimiento de una oración.
 
Buenas tardes. Si en los estados solo votaran los jóvenes afroamericanos, el mapa sería tan azul como el Pacífico.
A la entrada del Parque hay una bandera con doscientas y pico estrellas porque todos pertenecemos al mundo.
Destiny® ha votado. Su nombre, empero, no cabía en ninguna papeleta de voto, no cabía en el censo
–descatalogado–, su nombre flotaba sobre una nube baja de improperios, imperios, alas alicaídas
 y plumas ventajistas.
 
Donde no deje huella su célibe egoísmo. Debe desprenderse
del ego celestial, ese escalofrío canónico. Después de robarle la piedra a un maestro
Zen, después de darle una paliza con unos nunchakos de segunda mano. Entonces
puede que esté lista para completar el circuito de la redención.
 
Milagros que no ocurren pero silban el epílogo de la vida de Brian,
susurran como tristes seductores; milagros que son entes bondadosos con historias
clínicas, entidades sin DNI que se manifiestan a favor de obra, tienen lugar en pilas
bautismales y otros lugares de culto: bibliotecas, estantes de sex-shop (o en la barra fija del bar de Moe).
Y es un magnífico presagio tener conciencia de esa irrealidad, intuir la presencia subversiva
de un ser irrepetible, desoír la llamada de la eternidad e intuir la existencia
de una mente sagazmente imperfecta, insanamente feliz.


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