viernes, 18 de diciembre de 2020

año de bienes

 

Pureza y poder de convocatoria, alzas la voz y se reúnen los muertos,
llegan de todos lados (hasta del tiempo) titubeantes, balbuceantes,
sonrientes. Su velocidad escuece, pica en la piel y contribuye a la paz, desde luego supone una grata lección
para las masas, también para los elementos.
 
Algo hay que escribir. Un filamento
cogido por los pelos de la literatura, hecho de antigüedad pero fechado hace
dos días, hecho de polvo pero sólido como una caravana que recorriese los atajos de Europa,
años de batalla, siglos de fracaso.
 
Nacionalizamos. Racionalicemos la tristeza, la pureza. Junto al Mediterráneo,
fábricas de melancolía, en la Costa Azul una factoría de íntima satisfacción, moderna y bien retribuida,
anclada en los felices años veinte (2020 no).
 
Europa se anda estirando hacia occidente; calculamos que dentro de un par de semanas
la península ibérica tocará con sus cabos el extremo neoyorquino, habrá millones de muertos que seguirán
caminando, que subirán por una escalera mecánica al cielo comercial de babilonia.
 
Menudo estropicio bajo tierra. Hacía mucho que no se congelaban
las ideas de esta forma. Hasta el poema se rasca sus (p)referencias culturales, los puntos y aparte le producen
sarpullidos de ignorancia crónica. Hay, incluso, un tren inolvidable que despide un sucedáneo de café,
humo y protagonismo, algo de erotismo comme il faut, lo que se dice una escabechina
para todos los públicos.
 
Cuando una frase tras otra interfieren o se enlazan, se iluminan, crean un ingenio
propicio para el baile (puntiagudo, pues). Cuando la pizarra rechina su ciencia estrafalaria, las muchachas
sortean las últimas noticias de mañana y la primavera impone su desuso…
Es que nos vamos aproximando al Arte, que sonreímos
como poetas muertos.



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