sábado, 26 de diciembre de 2020

santa clarividencia

 

Hablemos de los hombres, qué cuerpos miserables,
qué mentes atrofiadas, sus carrocerías abolladas, sus funciones corporales, soñadoras,
¡reproductoras! Su misterio.
 
Tomemos el universo general y misterioso, frente a nuestros ojos centellea una claraboya
interestelar, el telescopio de Arecibo, un cielo tenue de manera que desciende levemente sobre nuestras
cabezas. Respiramos antes de mirar al cielo, vemos lo que existe, ah, tanta clarividencia. Nos escuece,
nos faltan recursos humanos para comprender los hábitos de la naturaleza.
 
La vida es un sinsentido abierto al pensamiento,
al sentimiento; sentimos el calor como una epifanía, el frío como una eternidad. Dice Mircea: sentimos
lo que somos, estamos incluidos en el mundo.
 
Nuestra felicidad no importa, no es algo que trascienda la cultura divina, no compromete
la fuerza de los dioses. Supervivencia y éxtasis, compraventa de entradas, tardes vistas y no vistas en el centro
comercial buscando una distancia de fraternidad. Cualquiera
puede resultar agraciado con un automóvil en la rifa, cualquiera puede sufrir un contratiempo
especial, comercial, de incierto resultado.
 
Las unidades de cuidados intensivos están
llenas de almas, pero qué pocos Ángeles. Destiny –dice– se pasará esta tarde con el arpa
encendida, una sonrisa.
 
Qué formato inconsistente. Respiramos, calculamos nuestras posibilidades, engullimos todo lo posible,
humanamente. El cielo, mientras, se demacra como un rostro declinante, anclado al sufrimiento y la frenética
ilusión de las moscas, su brevedad de estilo. Hay, sin embargo, una pirámide en cada uno de nosotros
alzada con fulgor psicótico en medio de la realidad.
 
Hablamos de los hombres, convencidos de que nacerá el día en que nadie
ansíe el hielo calcinante del abatimiento, su abrazo positivo. Pues nada nos es desconocido ahora,
ni siquiera la amarga fecha de nuestra resurrección.



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