jueves, 10 de diciembre de 2020

dios, por última vez

 

Si yendo por la Avenida se te aparece el fantasma de Tamir Rice
con su pistola de juguete, no te asustes,
no dispara a matar. El caso y el caos; a través del polvo y las curvas cerradas, las rectas del midwest
y del farwest. El caso es que el polvo impide ver la extraordinaria
holgura de la realidad.
 
Espectros ebrios de ectoplasma, borrachos de gloria,
dinastías etéreas, príncipes sin principado, un cuadro tras una cuadrícula en un cuarto
estirado de palacio; hay que pasar bajo un millar de arcos triunfales, bajo un filón de nubes astilladas,
una multitud de estrellas adolescentes. Y te topas con el famoso
asesinato de Sharon Tate, con un bombardeo, observas cómo el dron de combate
afina la puntería y descerraja el poema número 16.
 
The Mandalorian te vigila desde su nave burbuja, a salvo de estipulaciones
imperiales; es la actualidad que contraataca, golpea con puño noticioso, con su célebre
martillo iconoclasta. Hay un letrero gótico cercano, básico-carpintero, que dice que no hay
farmacia, que no hay zapatería, que no existe un restaurante de comida rápida,
dice que la escuela está cerrada y que Tamir no puede matricularse más.
 
Se te aparece el fantasma de una mujer negra y es que vas a toda
velocidad por la autopista, que te persigue el coche de los cops con las nuevas sirenas
deportivas, es que has robado una parte de la miseria que te pertenece, o simplemente que te acercas al cielo,
huyes de la lejanía, que le has dado la espalda al horizonte y Sandra Bland te mira desde su atalaya
infructuosa, desde el lugar exacto donde fue visto dios por vez primera.
 
El poema se agarrota, está demasiado presente,
como si le hubieran puesto la vacuna de la gripe. Resulta que la foto fija del espacio es la siguiente:
un niño asesinado. El efecto retroactivo, el globo que se eleva, la pistola que escupe agua
potable, el tirachinas biológico. Hay un libro entero
que conduce a la misma conclusión; es un libro de historia, un libro antiguo,
de aquel tiempo en que el mundo terminaba en una carretera sin salida.




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