jueves, 3 de diciembre de 2020

quitamanchas

 

Caballo blanco Cb1-c3: depredador.
Sobre todas las cosas: depredador.
Sentado en el porche una tarde de domingo.
 
El Ángel se inmiscuye y nos protege, se entromete (entre líneas);
su voz es el placebo que habrá de consolarnos, su voz es el espacio cambiando de parecer. Bajo el firmamento,
manadas de animales maltrechos como púrpuras, perseguidos por vehículos,
seminaristas calvos con ojeras (también).
 
La asociación verbal, su ciclotimia (tan impersonal y austera). Es un austericidio
gramatical que ejerce su función sobre todas las cosas.
 
Al máximo la crítica apostada como quebrantahuesos, lobos
hambrientos, vampiros descorchados una mañana de mayo, zombis de blackfriday. Crítica
in vigilando: depredador. El crítico se relame, pisa el poema como si fueran uvas,
como haciendo el vino de la primera comunión, con los pies descalzos malolientes de haber leído,
con los ojos sucios de tanto borrón y cuenta nueva.
 
Poetas no verbales, a la contra como colchoneros;
signos vulnerables, admiraciones en voz baja, interrogantes sabihondos. Preguntas
a la gente y ya no te devuelven el saludo, algunos que devuelven el desayuno de ayer, la comida
que está en el frigorífico.
 
Sushi y macarrones para microondas, un filete
sangrando recomendaciones, padrinos y virreyes. Te miras al espejo y te saluda chusvisor: depredador.
 
El poste de la luz es lo que pervive, no porque
actúe o finja ser aparato transmisor de una bocanada de energía artística
–fontanería o ambas–, sino porque a través de las ventanillas del tren en marcha es lo único
que se relaciona de igual a igual con la realidad, de tú a su.
 
Obramos el poema, pero no nos conmueve, sabemos el final
pero nos cansa, y este aburrimiento nos cautiva. Dice el Ángel que si tenemos algo
para las manchas de sangre.


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