Bello
rostro, desencajado ahora. Rosario de otro nombre que tenía un corazón.
Palpitaba
sonriente, órgano equilibrado, existía a su manera de hincharse,
infalible
y san(t)o. Ella, acostumbrada a la seguridad, a la honradez sin mácula
del
verbo y el cristal, hecha a la inmaculada perfección del sentido común.
Rosario
en el
estado adorable de su frente, en el perfil concreto de su espalda,
la
caoba ilegal de su cintura. Iba
balanceando
un beso a través de las pestañas ágiles, redondas,
liquidando
su parte del regalo en pequeños ópalos maravillosos,
oscuridades
plenas arrasadas en vatios de poder,
algo
más níveo que el amanecer de la resurrección, más contento.
Al
alba, gatos en hilera, pájaros en banda, perros amarrados, estrellas cansadas
de
vivir su arranque de luz, su pena de la luz, su luz interpretada por un rayo celoso,
astros
felices. Alguien que al poco iba balanceándose
a este
lado del mar.
No era
ella: Rosario Dawson, no era. O miraba como ella con sus ojos pendientes
y
caminaba al paso de su paso sin adelantarse al cuerpo.
Que
besaba como ella al levantarse, después de haberse ido, humedeciendo
sus
labios encarnados con una perla ambigua de sudor y una palabra simple,
inmersa
en el rápido descenso del torrente, su vertiginosa caída.
¿Quién
fue? Fue su pasión por la verdad, su estilo para reír un verso,
su
negación del cielo aprendido en la escuela, su magisterio injusto,
el
denso aroma de sus mejillas ardientes, la voluptuosa mitad de sus rodillas,
sus
pechos invencibles y hasta enérgicos, erguidos a pesar de su bondad.
Fue del
tamaño del espejismo máximo, la enormidad del huracán. Su voz.
Habló
una vez y dijo: cariño. Y fue entre admiraciones que lo dijo,
pues se
escuchó al otro extremo de la galaxia, fulminante,
divertido,
como un acertijo endemoniado,
celeste.
Dijo te quiero y su voz estalló como un relámpago, un jardín en armas,
como un
zigzag de fuego aparatoso. Si resultó baldío, quién lo sabe;
si tuvo
su montaña con su cumbre, una escalera más al norte
de su
cabello rojo. Ella, sin apellido, absorta en el espléndido
motivo
de su espera.
Meticulosamente
bella.
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