En el
universo suyo, allí,
dentro
de la oscuridad,
gárgolas
que dan las buenas noches,
piedras
ariscas y basales, la piedra mejor que el mármol,
elemental
granito para la construcción
del
templo. El templo se edificó en pie de oro
con
piedras areniscas que se desmoronaban al contacto con el agua.
Llovía
un poco, por aquel instante, y entonces el templo escuchó
a Louis
Armstrong el doble del tiempo permitido.
El
tiempo, comatoso, ocupaba su cama en el hospicio regentado.
Monjas
sicópatas arrinconaban a los pobres en la esquina, luego
hacían
la calle: un mal hábito.
Dicen
que el vientre de un escualo pertenecía al padre
de la
madre superiora, con dientes y todo.
Qué
mordiente. En otro universo, por ahí,
las
piedras contestaban mal a sus progenitores, que les pegaban con un palo;
el palo
era muy gordo, estaba gordo de tanto comer chichones
y
algunas piedras no valían para hacer un solo comentario de texto,
mucho
menos para engendrar un desánimo hogareño.
Dentro
de la oscuridad, al fondo, las gárgolas ensayaban sus caritas simpáticas
que te
mataban del susto: no saludaban a nadie (por si acaso).
Un niño
chico con la cara del Che se fumaba un habano
para
siempre. En una realidad alternativa,
o en
otro vecindario, la mujer perfecta enrollaba tabaco con el sudor de su frente.
Viendo
pasar los automóviles se pasaba la vida
y todo
se veía de color marrón.
En el
propio universo las páginas pasaban por un cielo sencillo,
siniestro
cielo empíreo y colosal;
policías
fuera de servicio hacían de las suyas coaccionando
pechos
recaídos en la droga, glándulas
de
estrés que apenas contemplaban el deseo de darse un homenaje calculado.
En la
habitación estaba (tal vez) un hombre negro llamado James Baldwin
que
escribía de memoria y no cantaba todavía.
Otro país
tan al norte, otra región, más lejana que el odio secular,
más
lejana que en los confines del océano,
batiendo
olas, ondas confiadas y regulares, sin protección. Ella,
charolada
en su túnica, mirando hacia abajo
donde
los pequeños seres como hormigas laboriosas levantaban torres
diminutas,
una proeza. Su labio tembloroso discurriendo. Discurría
por
tanto sobre su posición en aquel sitio realmente inobservable: no la caverna.
No.
El
vacío solo es aquello que no se ve o está muy solo.
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