viernes, 12 de abril de 2013

sonetos (IX)


Estás como especial en tu vestido,
lleno de gracia el femenino corte;
caderas, hombros, brazos, piernas: porte
continental de puro contenido.

Recorres con un sísmico latido
de norte a sur mi piel, de norte a norte
mi corazón glacial, mi fino aporte
a la cartografía del sentido.

Recoges en el aire la estatura
y la amplitud de miras en el suelo.
Simplemente te mueves, elegante.

Estás como flotando en tu cintura,
llena de flores de la boca al cielo
y de estrellas del cielo en adelante.

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Tengo un arte menor para el deseo
y un pulso alejandrino para el vicio.
Para las tentaciones, soy fenicio
y, para las traiciones, fariseo.

Me creo la mitad de lo que veo
y obtengo, por incrédulo, el indicio;
ciego a media jornada, noble oficio,
la otra media, poeta sin empleo.

Avanza el Sol blandiendo su amenaza,
su determinación de darme caza
con luminosidad y alevosía.

Y yo, que tengo un arte para el llanto,
apenas tomo impulso lloro tanto
que vuelvo por la sombra que solía.

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Cárdena surge desde el sol la llama,
en resplandor, a competir contigo,
rápida emana de tu cuerpo abrigo
el alma pura que su ardor reclama.

La luz primera que el ambiente inflama
es la que porta tu rival consigo,
mas pronto alcanza a recibir castigo
por atreverse a soslayar tu fama.

Apenas rasga la quietud del cielo,
cuando es cegada por tu limpio brillo
que el desafío con presteza admite.

Pues no hay estrella que te rete a duelo
que no sucumba a tu radiar sencillo
ni dios eterno a quien tu gloria irrite.

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No tengo una casita para el llanto
pero tengo arrabales de miseria
donde se pone histérica mi histeria
y se declara en quiebra mi quebranto.

Cerrada tu ciudad a cal y canto,
el resto es horizonte, periferia,
espíritu arrojado a la materia,
el resto es un enorme camposanto.

El soplo fabuloso del destino
se la llevó a empujones hacia arriba
y me dio por llorar bajo la luna.

Cerrada tu ciudad, me la imagino
con sus casitas blancas de cal viva,
la mía más bonita que ninguna.

---

Diera el reflejo de mi desconsuelo
en someterse a tu feroz consulta,
dieran tus ojos con mi sombra oculta
entre las sombras del oscuro cielo.

Diera tu paso resonancia al suelo
que misericordioso me sepulta
y diérale esa voz que me resulta
tan familiar como tu voz de hielo.

Dieran consejo de perseverancia
tus ojos al consorcio de la tierra
que supervisa mi descanso eterno

y diéranle al silencio la importancia
que se merece por la voz que encierra
y por la que libera del infierno.

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