Frente
al desánimo, surgió un pensamiento azul
que
guardaba notable semejanza con la blancura del aire suspendido;
desamparado,
parecía un océano volante
con sus
olas de papel transitando senderos azarosos,
un
fantasma sin espíritu vestido para esperar el verbo.
La
palabra rayó en su transparencia acortando los plazos del olvido,
qué
susurro rampante y libertario salió al encuentro
del mar
que hacía viento en su figura.
Fue
romántico, pero inasible. Sucedió, pero solamente a ratos,
que
pensaron lo mismo algunas mentes sigilosas y trastabillaron
los
ojos en la misma piedra, como ráfagas glaucas o brillantes
en
brazos minerales. ¡Oh!, y fue romántico el movimiento libre del cuerpo,
de los
cuerpos celestes resbalando en la hiel de su tersura.
Debió
ser una sábana tendida al sol lo que redujo
el
intercambio de matices, tan crudo era su reflejo. Cuando llegaron los pájaros
a su
hora de cenar, el flujo de lo que piensan los árboles (de las personas) cesó.
Anochecía
y todo era un inmenso dial, un aspaviento algo ridículo
que
sonaba a la bruta sirena de la factoría. La golondrina
aterrizaba
con la debida gracia sobre un colchón de plumas
y un
arte religioso invadía el terreno.
Nada
cabía en sí de gozo, nadie sabía la respuesta,
apenas
el bosquejo de una idea bastante ingenua limitaba con la realidad
del
instante. También, acudió a la fiesta un serafín grotesco
en
representación de los seres invisibles, que no existían lo suficiente.
Frente
a la desolación, acaeció el milagro, y la chica preciosa se puso de puntillas
para
íntimo jolgorio de la gente, fingió lazos en el pelo
y, por
último, silbó su melodía preferida.
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