Vueltas al mundo, con su vestido tan suelto, daba vueltas al mundo
anclada en sus extremos y su centro. Seguía
una imparable trayectoria propagando su voz a voz en grito.
Modelaba un rumor en la garganta que ardía con un vuelo
de mariposas ebrias, sus alas amarillas como el oro fácil
atesorado fuera de peligro, como el anillo de un hombre enamorado.
La vuelta al mundo, verdeazulado en su mirada glauca;
daba la vuelta al mundo y hallaba en su reverso un verso limpio:
por ahora. Entonces, era libre de vivir en el retorno,
de excavar un agujero grande y profundo
donde cupiera el brazo o las dos piernas enfundadas en medias de cristal.
Penetraba la voz e inducía a la acción. Se introdujo
en la mente que giraba a su ritmo atolondrado,
a su ritmo del jazz que no se escucha nunca tan brillante,
fino de trompetas al viento, algo afónico al piano,
el retumbante color de las baquetas nuevas redoblando su esfuerzo.
Con su vestido abierto en parte, volaba con un suave terciopelo en la voz,
desenfadadamente, haciendo estela. Comunicaba una ilusión,
la fantasía de la noche, el fulgor que no posee nadie.
Besaba a tientas con su aliento frutal, la dulce fresa de su pequeña lengua
arrancando húmedas columnas de humo a la mañana esquiva.
Un día tras otro, parloteando una danza espontánea,
ajena a los prejuicios de la edad, al cansancio infinito de su idioma.
Rodaba su silueta, con un vestido aproximado al verde, por el territorio
del árbol, cerca de la frontera inviolable de sus ramas bajas,
con la hierba en los tobillos, y su entusiasmo contagiaba a la madera,
contagiaba a la vida de más vida, una frágil armonía.
Por el río, sus pies eran alondras vegetales que revoloteaban
semejantes a naves del futuro. La voz del agua
instruía prudente, sobrecogiendo la miel de su hermosura
y ella giraba, daba vueltas al mundo sin protegerse y sin saber a dónde,
sin detenerse y sin saber por qué.
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