domingo, 29 de septiembre de 2013

imagine


Lo imaginaba esférico, serio y elocuente, algo somnífero,
débil, maravilloso. Imaginó el amor como redondo en su armadura,
único en su armadura reluciente:

            fue un brote sicótico.

Así que entre los muros acolchados,
en la celda acolchada, dentro de una institución arraigada y fúnebre,
pesada y fúnebre,
institucionalizado como una bandera incorruptible.

Dentro de los muros flameaba la bandera al viento de la tarde,
el himno succionaba las meninges
y era el viento-holocausto, cáustico, firme y revelador,
la mentira cobarde, el latigazo eléctrico de un arma de defensa personal.

Mucha fue la medicación a cargo del seguro, en parte.
Todo por una ristra de amor colgada de la viga maestra, útil contra los vástagos
de la noche, seres aparecidos como amantes del séptimo arte,
poco lúcidos a aquellas horas.

Claro que ahí constaba rampante, figuraba en su sitial de preeminencia su eminencia:
LA DROGA máxima, colocándose un millón de veces con la misma dosis;
y así fue que perdió los nervios,
contrató un detective para que siguiera los pasos del amor,
aquellos pasos redondos, laterales, que se subían por las paredes del hogar.

Imaginó cotas de malla y brazaletes metálicos, máscaras Darth Vader,
máscaras antigás, máscaras de carnaval, V de vendetta, ¡una revolución!
(en marcha), todo esto viendo un partido de fútbol en la televisión.

            Luego dijeron que agredió a las autoridades como un  loco
            que parecía un animal sediento de sangre. El pobre.

Fue ingresado y sufrió tormento. Acribillado por multitud
de jeringuillas hipodérmicas falsamente esterilizadas, contagiosas y célebres
transmisoras de enfermedades sin cuento. Retransmitían, es cierto,
otro partido del siglo aquella tarde, después de la sobremesa inefable y la siesta
modorra y convertible. (Pues) siempre había algo que mirar alrededor.

Se inventó un sentimiento amigable que no dolía porque sí
y se subió a la parra. Demasiado deprisa.


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