Al
parecer, el cometa pasó como una novia camino del altar profano: música y
parsimonia.
Su
navaja de plata rajó el vientre de la noche estrellada contra el cielo,
sus
patitas tan cortas y nevadas moviéndose al unísono, debidamente;
comiéndose
un helado con sabor a vacío, que es un sabor
como
si se caramelizase el agua clara o se deconstruyese una pizca de sal.
El
primer sabio miró al cielo una hora después y dijo: nada ha ocurrido,
ningún dios se ha postulado todavía,
seguimos a la escucha.
Otro
sabio, mago y poderoso lingüista, concluyó, entrevisto el artefacto
y su
maravilla, que la divinidad había enviado por fin una señal inequívoca,
selectiva
y no del todo comprensible para los indoctos
en
cualesquiera materias celestiales, y así lo expresó: he ahí el milagro,
el signo chachi, barí, la sagacidad
personificada en una pasarela astral,
el inveterado dogma y su idiosincrasia
contable.
Pero
la mejor parte, la reacción en cadena fue para el sacerdote,
quien
desde su púlpito improvisado en la acera de la avenida única e interminable
lanzó
el siguiente discurso bravo y cañí: ¡arrepentíos,
miserables siervos!,
¡postraos de una vez y abatid,
humillad la cerviz acaudalada!
¡Poned!, ¡contribuid!, honrad,
ciudadanos pecadores, la tradición del diezmo
y seréis considerados por el arcángel
vengador cuya venida es ya inminente
en nombre y representación de Nuestro Señor, Sociedad Ilimitada.
El
cometa, por cierto, hizo ruido como un perro que se rasca,
hizo
ruido como un hombro que se parte,
sonó
como un catarro miserere, un estornudo cerval, una parálisis freudiana,
como
una fobia a todas horas, sonó como los gatos de París
mascullando
su melancolía, crucial en varios cruces, devastador.
Y
como daba miedo provocaba comentarios diversos, por ejemplo del poeta
cobarde
y andrajoso, asmático y tan poco agraciado, que soltó esta obviedad
en
verso:
¡oh firmamento dividido en franjas de
crepúsculo por el hijo pequeño de la aurora!
y quedó
para el arrastre.
Fue,
como siempre, la joven de la buena estrella, la muchacha sin flor,
a la
que se conocía en diferentes lugares
por diferentes
nombres como Rama, Rosario
o
simplemente Nx2, la que atrapó la forma entre los labios
y
sin carraspear ni nada de aclararse la voz
emitió
este dictamen para convulsa estupefacción de los sabihondos:
no se dio tal fenómeno que atribuir a la
providencia,
tan solo fue una corriente de aire puro,
obra del clima.
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