No es
que no hubiera pretendientes para la chica del 212.
Todos
los días, una mañana nacía para recitar la letanía sutil de los enamorados.
El
lago desplomaba sus aguas, cada lágrima gris. Ella en su túnica
escuchaba
la recta partitura de una guitarra, rezaba a su dios recién lavado.
Mara
Hruby sonaba crujiente hasta esa suavidad que no parece única
pero
acaba de hacerse a fuego y piel. El reino bostezaba tendido en el diván,
a la
orden del especialista. Los muros guardaban su coro de espejos
rotos
a pedradas. Y la luna venía a ser de espanto sin una sola duda.
Hubo
trato. El Big KRIT situó sus tropas vocales junto una batería de cañones de
luz.
Aunque
solo era un príncipe, su corona bastaba para una rendición.
La
música tenía que pasar, en órbitas, en blanco, o a través. En la mesa de
mezclas
brincaba
un sonido indiscreto. Voces críticas a fondo, la prensa y el nudo radiofónico:
una
constelación de prioridades.
Azealia
descubría su vestido de cola, desvestía su acento de palabras intensas
y ya
gesticulaba su disfraz adulto: germinaba la rosa escondida en su pecho.
La
música se dividía en colores y el arco iris era una muralla obrera, una raza
de
modelos metálicos extendidos sobre el puro silencio.
Protagonista,
la familia decía que no. Una madrastra que perdía el tiempo con su astuto
demonio.
Las
tías siempre ausentes por ahí. El niño que no estaba. Y la pequeña muerta para
qué.
Los
pasillos bullían de insensatos recuerdos; salones despojados de grandeza,
lámparas
testimoniales. El piso, cariacontecido y demacrado, sujetaba sus paredes
ocultas.
Por
el cielo, qué fuentes. Granizo, un manjar atómico. La rosaleda fingía hambre y
sed,
todo
para los árboles. No es que tuviera un laberinto a mano donde llevar la cuenta
de
las insinuaciones, Azealia ante su vértigo benigno. Los heraldos entraban y
salían
deslizándose
en sus monopatines: unos traían buenas nuevas, otros, falsificaciones
entusiastas.
El
predicador se multiplicaba por sus fieles, repartía sonrisas y acuarelas
de
sus ojos triunfantes. La mejor versión de un sueño hacía estragos
entre
las muchachas reales, que no sabían a qué carta quedarse, ni a qué
contradicción.
Mientras,
la chica del 212 bordaba un sentimiento paralelo al del agua
que
se dejaba caer sobre la tierra con leve gorgoteo incorregible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario