miércoles, 16 de abril de 2014

lírica masterchef


Sucede que la letra se construye como retrato, foto fija de una rosa. La rosa estriba
en su cordura, crece sobre la fiabilidad de su existencia, una hermosura sin tropiezos.
Así, las palabras escogen su modelo verbal y su acompañamiento, su verdadera música;
las palabras son interrogantes, formas de vida, formas. La forma es sustancial, tan grave
como parece, es la que absorbe el hierro de la primera mirada, la que recibe a las visitas
con sus mejores galas y aquel ojo morado que no ha tenido tiempo de sanar.

La letra vierte su contenido amniótico en la conciencia del papel. Es que el papel no es forma,
no hay forma de concienciarlo tampoco. El papel a su aire, con su pan se lo coma;
su esfuerzo por acoger el sentido, verificar la respuesta más consecuente, administrar el espacio.
Se produce una suerte de maternidad sobrevenida, no deseada, por impulso e imprevista;
el blanco trasluce una situación adversa, acaba médium, comprime y luego deja
que se vayan soltando los encajes, que el sonido vaya componiendo un melodrama para la euforia.
El papel sabotea creaciones y fracasa en su lectura, no se lee, se ojea mentalmente,
memoriza un par de rótulos sangrantes y bascula hacia la máxima función del signo, o su opresión.

Muchos significados que se superponen podrían ser objeto de una síntesis cordial. A fin de cuentas,
de eso trata el poema. Cuando cuenta una historia es que se estira hasta la elegancia,
fomenta el tráfico de enseres, las vacaciones bien remuneradas, los viajes al fondo de cualquier espejo.
Todo intercambiable, incluso el diálogo puesto en la monotonía, esa tesitura agria como un hueso roto.
La forma es sustituida por el color paciente de una película muda. Ocurre que los actores se repiten
algo, fruncen el ceño al unísono, sonríen en comanda y llenan la pantalla de olvido.

Solo un prefacio. El poema es el prólogo de aquello que acaso pudiera llegar a decirse alguna vez,
la introducción a lo nunca escrito. Relevante más por lo que oculta que por lo que cede a mostrar,
las palabras lo recorren casi sin movimiento real, envueltas en un feo sudario de ruido,
premura y ansiedad. El poema es un caso prematuro, un ser desfigurado que lloriquea en falsete.
Tómese un arte de piedra y golpéese bastante con él en el poema: pronto surgirá un invento, el Poemario,
preludio de la Obra. He ahí la prueba de su iniquidad, la manifestación de su escasa raigambre nominal.

El poema, pues, no es fuente de conocimiento, sino de artesanía y malabares juntos (oh, estilo tightrope),
como si le fuese ajena la impronta cultural, por más que se travista su elocuente discurso
de profundidad inmensa. Ya saben, el poema es jamás. Quien afirme lo contrario, yerra,
aspira a una relación distinta -nube única-, la conclusión original o el sano epílogo
que no pueden volver a imaginarse. La musa es un registro desclasado que musita lagunas insufribles,
huecos del tamaño de un eclipse, nada que atender. La poesía es carne para el postre.




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